Esta semana va a comenzar la copa del mundo de fútbol Sudáfrica 2010 y su enorme impacto mediático inundará páginas de prensa y minutos de televisión. No es el fútbol el deporte (¿deporte?) que más me interesa aunque procuro ver los partidos del club que elegí seguir en mi infancia y que nunca cambiaré por otro, por muy bien que jueguen los otros, por muy mal que jueguen los míos o por muy enfadado que yo éste con el presidente por el precio que el club paga por sus galácticos fichajes. Y es precisamente por esto último por lo que cada vez me identifico menos con este espectáculo.
Lo mejor del fútbol, no obstante, no es su inagotable capacidad de convocatoria sino lo fácil que resulta pasar un buen rato con los amigos dando patadas a un balón. Como ayer decía Rafael Argullol en EL PAÍS (domingo, 6 de junio de 2010, página 35, opinión):
“Cualquier grupo de muchachos delimitan un campo y dos porterías con un puñado de piedras y pueden iniciar un partido. Da lo mismo si se encuentran en un descampado de Manchester, en la playa de Copacabana o en los lindes del desierto del Sáhara”.
Y es precisamente esa simplicidad del juego el motivo por el que quiero hablar hoy de fútbol. La sencillez de sus reglas, a la manera de la casi perfecta ortografía del español (cualquier hispanohablante es capaz de leer o escribir correctamente cualquier palabra que descubra o escuche por primera vez, con las únicas excepciones, quizás, de la “v”, “b”, “h”), hacen de este juego un deporte fácil de seguir. ¿Han intentando ustedes comprender lo que pasa en un partido de béisbol sin ser norteamericanos; un partido de rugby sin ser, pongamos por caso, francés, o un partido de críquet sin ser británicos? Imposible, ¿verdad?
Algo así como alcanzar nuestra máxima aspiración profesional: reducir la intervención constructiva a la eliminación de lo superfluo, reducir los edificios a su esencia estructural o ser capaces de alcanzar una atmosfera personal sin recurrir a falsos artificios.
O lo que es lo mismo, resumir en la famosa frase de Mies van der Rohe toda la carga ideológica de la arquitectura del movimiento moderno: “less is more” (“menos es más”).
Porque cada vez me gusta más la austeridad gestual de los grandes actores.
Luis Cercós (LC-Architects)
[email protected]http://www.lc-architects.com