Había escuchado el canto de los pájaros al amanecer, y sintió la llamada de acudir de inmediato a aquella pequeña pero acogedora morada de Dios, donde tantos y tantos recuerdos le traía. Necesitaba un pequeño aliento para seguir su día a día, y aquél rincón, de gravas y espinos que custodiaban a la Señora le pacificaban el alma. Recordaba haber estado allí varias veces para pedir lo que ahora temía, y sin embargo, y a pesar de la dificultad del momento, sentía la ayuda necesaria y el regocijo. No existe mayor sabiduría ,se preguntaba Mario, que el camino marcado por la Señora. Confiaba en ella y en su decisión final. Era el principio de la despedida al odio y la venida de la esperanza. Mientras, Angie...