JOHN MCCOY & BILLY WILSON
En la cantina San Marcial de Traselville se encontraba John McCoy, más conocido como “el Ingeniero”. La mayoría de las tardes, se le podía ver disfrutando del gustoso whisky escocés que él mismo comerciaba, acompañado de bellas señoritas del Saloon. El dueño de la cantina, Elías Sherman, era un buen amigo de McCoy, ya que los dos compartían orígenes irlandeses. De pronto, en el exterior, se escuchó un enorme jaleo. McCoy salió a ver lo que ocurría. Entonces, observó que alguien salía corriendo del Banco, llevando consigo un par de sacas de billetes. Montó raudo y veloz en su caballo, y marchó al galope mientras los ayudantes del Sheriff intentaban abatirlo a disparos. McCoy y el atracador, que llevaba un pañuelo tapando parte de su rostro, cruzaron miradas; los dos sonrieron.
-¡Maldito chico!- pensó McCoy mientras regresaba al interior de la cantina para seguir disfrutando del Whisky y las señoritas.
Mientras, el atracador huía dejando atrás a sus perseguidores. John McCoy había sido el único en darse cuenta de quién era realmente el hombre que se escondía tras el pañuelo y el ancho sombrero. Era Billy Wilson, más conocido como “el Chico”.
EL PRIMER DÍA DE MI VIDA
Jamás tuve valor para hacer nada hasta el día en que nací. Esa mañana desperté pletórico, lleno de energía, y a pesar de mi aspecto, me encontraba más vivo que nunca. Encendí el televisor y sonreí al ver las noticias:
“Encuentran los cadáveres de dos conocidos delincuentes tirados en la estación Este. Según las cámaras de seguridad de la estación, después de propinar una brutal paliza a un viajero, este, en un descuido de los agresores, consiguió arrebatarle a uno de ellos el arma, disparándoles a bocajarro y huyendo rápidamente de la escena del crimen. No se ha identificado al viajero, aunque parece que se trata de un hombre de entre treinta y cuarenta años”.
Dirigí mi mirada hacia el revólver de encima de la mesa. Volví a sonreír. Luego, y tras acabar de almorzar, me curé con cuidado las magulladuras y moratones que tenia por todo el cuerpo.
DEDICADO A TÍ, AMOR
Nos miramos atrapando el tiempo entre nuestras pupilas. Luego, vino el beso más dulce y suave que jamás había sentido. Fue en ese instante cuando comenzó la verdadera historia de mi vida. Hasta ese momento solo había existido en la nada, atrapado en un mundo exento de la luz que tú me diste.
NUESTRO TIEMPO
¿Qué pensarías amor, si te dijera que me doy por vencido? ¿Qué el miedo me paraliza el cuerpo impidiéndome continuar? ¡No! ¡No se dará el caso! Porque sabes que sin ti mi vida no tiene sentido; porque sin tu presencia el mundo gira, vacío, sin más pretensión que la de quien espera la fría muerte. Tú y yo, no nos hemos encontrado todavía, pero estate convencida de que pronto nos fundiremos en un apasionado abrazo, en un sensual beso, y en la mágica calidez de nuestros cuerpos convertidos en un solo ser. Nuestro amor volverá a activar el tiempo, siendo ahora nosotros, y solo nosotros, imperecederos amantes hasta el fin de la edad de los hombres.
MURRAY SINCLAIR
Un forastero a caballo apareció delante del fuerte Rickford disparando a los tres vigilantes de la entrada, cayendo estos fulminados al yermo terreno como si fueran muñecos de trapo. Luego, clavó una nota en un poste de la entrada del fuerte, para seguidamente marchar al galope en dirección contraria. La nota decía:
“Al capitán Jack Smith: Estos tres hombres han abusado brutalmente de una joven de Traselville. La justicia ha hecho acto de presencia. Atentamente: Murray Sinclair”.
ESPERANDO EL MOMENTO
Cuando la noche llegó, el cielo se cubrió de tinieblas. No se distinguían ni la luna ni el titilar de las estrellas, pero los ojos de Eleonor lo distinguían todo perfectamente. Era algo magnífico. Caminaba sigilosamente a través de la arboleda. A cada paso se detenía a observar a su alrededor, pausada pero firme, mientras sus verdes ojos relucían en la oscuridad de la noche como dos esmeraldas bañadas por el sol. De repente, algo captó su atención. Todo pasó en unos segundos. Eleonor, se abalanzó de repente sobre una sombra, sin darnos prácticamente tiempo a descubrir de qué se trataba. Luego, tras unos instantes, apareció ante nosotros con su presa en la boca. Era un joven cervatillo. Rápidamente aparecieron tres cachorros llamados por su madre. Lo habíamos grabado todo, y esto se merecía un más que ganado descanso. Jim y yo, recogimos todo el equipo, y regresamos al campamento base junto a los demás. Eleonor, la leopardo, se quedó escondida tras unos arbustos degustando una suculenta cena junto a sus cachorros, a la vez que nuestro jeep se alejaba en dirección contraria.
NUEVO COSMOS
Cuando Adrián y Astrid volvieron a encontrarse, el mundo real e imaginario convergió en una nueva creación. En ese nuevo universo no existía ni el tiempo ni el dolor, ni la amargura ni el desazón, y todo al que allí llegaba lo hacía a través del lenguaje del alma. Era cerrada noche, y la calle estaba iluminada únicamente por la cálida lucecilla de una vieja farola. Allí, bajo aquel débil refulgir, dos figuras intercambiaron miradas a la espera de nada, a la espera de todo.
AULLIDOS DE ULTRATUMBA
La noche del macabro episodio, la Luna se tiñó de reflejos escarlatas, distinguiéndose como un fiero espectro entre la oscuridad añil de la bóveda celeste. Ese era el día señalado por los druidas del poblado; el día en que los más funestos presagios se convertirían en realidad.
Cuando las tinieblas bañaron las horas más lóbregas de la noche, un desconocido y monstruoso bramido inundó todas las tierras aledañas al poblado, turbando el descanso de sus habitantes, como la más terrible de las enfermedades. Aunque para lo que estaba por venir, no había cura conocida.
CANTO FÚNEBRE
Cuando las campanas silenciosas del Apocalipsis repican en el ambiente con estruendo feroz, es hora de ser juzgados por la dama de negro. Esa siniestra figura que señala al vivo sin saber que ya está muerto. Ese ser que aparece y desaparece sin ser visto, y ni tan siquiera, el más preciado de los mortales, puede escaparse de sus helados brazos.
DÍA UNO
Cuando las puertas del cielo se abren, el divino Señor del mundo emerge de su letargo descubriendo los verdes prados, las ciclópeas montañas engalanadas de virginal nieve, el canto de los pájaros, el zarandeo de los animales del bosque, el despertar de los ríos y todos sus vástagos, así como la esperanza de todos los hombres de la Tierra, que agradecen a la Luna por velar sus sueños, y se encomiendan al todopoderoso Señor de los cielos, la estrella ígnea, que lanza sus destellantes brazos para arropar a la humanidad y darles la esperanza de ver nacer un nuevo día.
VENCER O MORIR
Nuestra línea marchó inamovible, dispuesta, al paso, como un solo ser; un demonio metálico recubierto de funestas puntas sedientas de sangre. De un momento a otro se produciría la furiosa embestida del enemigo, el cual corría valientemente hacía nosotros, aunque sin ningún orden de batalla. Ellos eran más, pero nosotros estábamos mejor entrenados. Antes del fatal choque, empezaron a volar pila y saetas, por todo el campo de batalla, pero eso no importaba, nuestro objetivo era romper su línea del frente por el centro. El fragor de la batalla retumbó en miles de pasos, y el aliento de la muerte inundó el insalubre aire. Los escudos chocaban entre sí, las lanzas penetraban las entrañas del enemigo, las espadas y hachas cercenaban miembros de un solo tajo. La arena se tiñó de rojo, y los cuerpos de los caídos eran pisoteados por los que aun continuaban combatiendo. Nos introducimos entre las líneas bárbaras golpeando con brutalidad y cubriéndonos los unos a los otros. Durante unos momentos nos vimos rodeados, pero, al toque del cornum, la segunda fila vino a apoyarnos y poco a poco fuimos retrocediendo dejando paso a las tropas de refresco.
El espectáculo era pavoroso, salido del mismísimo inframundo. Después de un corto descanso volvimos a cargar contra el enemigo, el cual cada vez estaba más mermado. De repente, una lanza perforó el pecho del corpulento soldado Lucio Valente, el cual tenía a mi izquierda. Un zumbido atravesó el cielo, pero la saeta lanzada impactó en mi scutum. Al descubrir el rostro, vi a un gigante barbudo blandiendo un hacha directamente hacia mí. La esquivé como pude, y prácticamente cayendo al suelo, atravesé las costillas del gigante germano con mi gladius. Me levanté rápidamente, protegiéndome de otro adversario con el scutum, el cual golpeaba y golpeaba con terrible vigor. Conseguí ponerme en pie, pero solo gracias a la ayuda de mi gran amigo Quinto Cornelio pude deshacerme del enemigo. Este le cortó la mano con la que blandía su larga espada, y luego, yo le rematé clavándole en el cuello una lanza que había recuperado del campo de batalla. Esta vez los refuerzos nos reemplazaron con mayor rapidez. Ya no volveríamos a entrar en batalla, ya que las tropas bárbaras se retiraron a la otra orilla del Rin. El clamor por la victoria resonó por todo el campo de batalla; después, al ver a los compañeros caídos, la alegría se tornó llanto, y los ojos se nublaron por las lágrimas. Yo, Emilio Lupo, tercer Centurión de la segunda Cohorte, perteneciente a la Legio XXI Rapax, sobreviví a tan terrible batalla contra los salvajes germanos. Muchos de mis compañeros cayeron en ella, es por eso, que esta noche, ofreceré a los dioses un sacrificio por sus almas.