Revista Cultura y Ocio
Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción, por J. D. Salinger
Publicado el 14 febrero 2010 por David Pérez Vega @DavidPerezVegEditorial Edhasa. 191 páginas. Edición de 1998, textos de 1955 y 1959.
La primera vez que leí El guardián entre el centeno fue en 1992, cuando tenía 18 años, y aún recuerdo la fuerte impresión que me causó. Por aquella época yo leía casi en exclusiva libros de terror o ciencia ficción, pero me sentí atraído por esta novela cuya fama me llegaba por referencias –series de televisión, películas, amigos a los que se la habían hecho leer en el instituto…-. Por aquel año comenzaba la universidad y un desasosiego de destino equívoco empezaba a fraguarse en mi interior; esa impresión se vio reforzada, y así quedó en mi recuerdo, con el deambular errático de Holden Caulfield por Nueva York. Se me grabaron aquellas palabras que Holden mantenía al principio del libro con el profesor Spencer, un hombre mayor que olía a Vicks Vaporub, cuando éste le decía que la vida era como una partida y había que vivirla de acuerdo con las reglas del juego, y Holden piensa que “de partida un cuerno. Menuda partida. Si te toca del lado de los que cortan el bacalao, desde luego que es una partida, eso lo reconozco. Pero si te toca del otro lado, no veo dónde está la partida. En ninguna parte. Lo que es de partida, nada”. Desde estas palabras ya supe que Holden Caulfield se iba a convertir en un referente para mí, Salinger había captado a la perfección mi angustia adolescente.
En octubre de 2008 volví a leer El guardián entre el centeno. En el colegio donde trabajo la profesora de Lengua se lo mandó, como lectura obligatoria, a los alumnos de primero de bachiller (16-17 años), y me apeteció releerlo para poder intercambiar impresiones con ellos. Su vigencia se me hizo latente desde el primer capítulo; y en este momento, con el peso de la experiencia, quizás ya me sentía a más distancia emocional del libro, pero conseguía penetrar mejor en sus claves y símbolos. (Esto me confirma que cualquier intento literario no debe aspirar nunca a la modernidad, buscando referencias con sus lectores que se van a quedar caducas enseguida, sino a la atemporalidad, al entendimiento de la conducta del hombre en cualquier época o lugar.)
Esta vez no me contenté con la lectura de El guardián, seguí con el libro Nueve cuentos (lo había leído unos años antes en inglés, perdiéndome casi todas sus sutilezas), que contiene algunos de los mejores relatos que he leído nunca, y después con la novela Franny y Zooey.
Me quedaba para completar lo publicado de Salinger en España, este libro que contiene los relatos largos o novelas cortas, Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción. El libro estaba en la biblioteca de Móstoles que frecuento, lo tuve en mis manos ya en octubre de 2008, y no lo saqué. Cometí el error afterpop de dar más importancia a la superficie que al contenido: no me gustaba la edición, con tapas duras, pero un volumen casi cuadrado, sin presentación, introducción… y ese título tan largo me pareció poco atractivo.
Lo he leído hace dos semanas (voy con retraso con las reseñas del blog), como un homenaje personal a Salinger tras conocer la noticia de su muerte. Su lectura me ha confirmado algo que ya sabía: Salinger es uno de los escritores más fascinantes del siglo XX, al menos para mí, y este volumen no desmerece para nada al resto de su producción. Es más -y puede que sea debido al gran trabajo de la traducción, llevada a cabo por Aurora Bernárdez- me ha parecido que su prosa era aún mejor que lo que recordaba.
En los dos relatos largos que componen este libro aparecen personajes de la novela Franny y Zooey, y de alguno de los relatos de Nueve cuentos. En el primer relato de este último volumen, Un día perfecto para el pez plátano, se narra el suicidio de Seymour Glass en una habitación de hotel en Florida. Seymour es el hermano mayor de Franny y Zooey, una familia de superdotados, que de niños participaron en un programa de preguntas y respuestas y debates en la radio con nombres falsos.
En Levantad, carpinteros, la viga del tejado Buddy, el segundo hermano de la familia Glass, nos cuenta desde sus 40 años, un episodio sobre su admirado hermano mayor, Seymour, acontecido en 1942, cuando Buddy tenía 23 años. Éste es soldado y está en un hospital militar convaleciente de pleuresía, pero consigue un permiso para acudir a Nueva York a la boda de Seymour. Buddy llega a la iglesia el día de la boda y no hay más miembros de su familia; ni siquiera se presenta Seymour, dejando a la novia plantada en el altar. Los invitados abandonan la iglesia y van montando en coches para acudir a la casa de la novia. En uno de estos coches entra Buddy sin presentarse como hermano del novio, a quien los ocupantes del coche comienzan a criticar, y a hacer insinuación sobre su posible locura. Buddy se siente cercano a un diminuto señor mayor que se mantiene erguido en el coche y no se inmiscuye en la conversación. Sabremos después que es sordomudo. Y en esa simpatía que siente Buddy hacia él parece simbolizar Salinger la cercanía del protagonista al mundo puro de los niños, de los inocentes.
De nuevo aparece aquí el que considero el gran tema de Salinger: la épica de la inmadurez o de la inadaptación al mundo de los adultos. Quizás sus personajes son los primeros Peter Panes realistas de la literatura del siglo XX: niños o jovenes brillantes, exaltados, observadores de las incoherencias y las renuncias de los adultos, niños y jóvenes heridos por los convencionalismos sociales, por las partidas que habría que jugar de acuerdo a las reglas del juego. Unas reglas que ellos se niegan a aceptar, lo que únicamente les puede conducir al desequilibrio, al desvarío, al aislamiento o al suicidio, como en el caso de Seymour, al que seguramente Buddy considera el hermano Glass más dotado, y por tanto con menos posibilidades de adaptación al mundo real.
La capacidad de observación de los personajes en este relato largo es notable en su preciosismo detallista. Me gusta esa imbricación del narrador en la conciencia del joven americano, consiguiendo encontrar metáforas deportivas para describir la conducta de los otros personajes. Una obra maestra de la narrativa norteamericana.
En Seymour: una introducción el narrador es de nuevo Buddy. Ahora nos habla de su hermano Seymour, el gran personaje ausente cuya presencia fantasmal cubre de significado a todo el volumen, desde una perspectiva más global y desde su presente, no evocando un episodio de juventud. Buddy ya ha pasado los 40 años, es escritor profesional y sigue dando clases de literatura en una universidad. Sin embargo, vive retirado en una casa de campo en un bosque (este personaje parece un trasunto del propio Salinger). Para esta introducción a la semblanza de su hermano comienza citando a Kafka y a Kierkegaard, y el relato cambia de tono respecto al anterior, ahora parece la narración de un autor europeo, parece español traducido del alemán, como si quien escribe fuera uno de los dos autores citados o Musil o Thomas Bernhard; con frases largas, alambicadas, llenas de subordinadas que van matizando a la frase principal.
Me ha llamado la atención este cambio de registro narrativo respecto al primer relato, que sería un ejemplo del estilo habitual en la narrativa norteamericana: personajes en movimiento, cuyos actos describen su personalidad sin grandes explicaciones intelectualizadas, con una mirada escueta y poética sobre las escenas que muestran.
En el texto de escritor centroeuropeo en que se transforma Salinger en este segundo relato, abarcamos más aspecto de la vida de Seymour, con interrupciones en las que Buddy nos informa de la propia evolución de su escritura (cuando lo deja por la noche, cuando lo retoma…), así nos enteraremos de que Seymour ha dejado tras de sí un conjunto de 182 poemas escritos en métrica japonesa, y que Buddy ha ordenado y decidido entregar a un editor. El tema del artista precoz cobra fuerza como metáfora de la inadaptación al mundo.
Un texto muy conseguido, con una imagen final soberbia, en la que Buddy evoca a su hermano y a él de niños acercándose a la práctica de juegos norteamericanos típicos desde una perspectiva filosófica oriental.
Y con éste he terminado de leer los libros publicados de Salinger en España, creo que en Estados Unidos hay algún cuento publicado más. Esperemos que se pueda revisar la traducción de El guardián entre el centeno, algo a lo que se negaba el autor, y que sea cierta la leyenda literaria que afirma que Salinger nunca había dejado de escribir aunque había decidido dejar de publicar y ahora, tras su muerte, se pueda acceder a su legado.
Qué fantástico baúl de Pessoa me gusta imaginar: ocho o diez manuscritos guardados en una maleta debajo de un guante de béisbol o, mejor, debajo de unos floretes de esgrima.