Hace un rato que acabó un Barça - Real Madrid. Algo ‘descafeinado’ porque había ‘poco en juego’ pero uno de esos partidos en los que siempre se pierde algún minuto en contar cuántos medios acreditados acudirán a cubrirlo en vivo o en cuántos países podrá ser visto.
A unas pocas horas en avión del Camp Nou, el Levante se disponía, un par de horas antes, a jugar el partido más importante de su historia ante el Motherwell en el playoff de la Europa League. Por primera vez el equipo valenciano disputaba una competición europea y, como si quisiera confabularse con el aura mística que dan estas cosas, ninguna televisión cubrió el evento en directo. Vamos, que ha sido imposible, tanto en España como en cualquier rincón del mundo, poder poner imágenes al debut con gloriosa victoria para el equipo de la Liga BBVA.
He de confensar que mi primera reacción ante tal hecho fue de mucha rabia. No me molesta que dos equipos colapsen toda la actualidad deportiva, pero sí me ha parecido inexplicable que ningún canal haya querido formar parte de ese gran hito. Un partido en el que pasara lo que pasara iba a ser historia, de los de videoteca… pero no.
Después, siguiendo el encuentro por la radio y compartiendo impresiones en twitter he tenido un flash muy agradable. He viajado mentalmente veinte años atrás, a un pequeño piso en el barrio de Morvedre, en una tarde de domingo donde sentado junto a mi abuelo y mi hermano escuchábamos el fútbol. Mi abuelo ‘vigilaba’ la evolución de su quiniela mientras nos contaba ‘batallitas’ de los protagonistas de las narraciones. Mi abuelo no era del Levante, mi hermano y yo tampoco teníamos claro que hubiera que ‘posicionarse’ con ningún equipo. Sólo sabíamos que el domingo escucharíamos el fútbol con mi abuelo después de haber comido una paella.
Hoy he vuelto a tener esas sensaciones. La de escuchar un partido que sabía que no iba a ver, la de, me gustaría, reconciliarme con la radio a la hora de seguir un partido después de cómo ha cambiado el panorama en los últimos años.