Un pequeño paseo por Colmenar de Oreja, unas dos horas caminando y tomando fotos y, como siempre, me quedo con la sensación de que me faltaron imágenes. En definitiva, esto es una muestra de lo que conseguí, tal y como me enseñaron: planos abiertos, algún detalle, variedad de ángulos y de encuadres… lo único que no hice fue cambiar la focal porque me gusta mi 50mm.
Así pasamos la mañana.
Luego llegó el dolor y nos tuvimos que ir.
Ese maldito dolor que llega cuando mejor estás. Naturalmente. La única condición para que empiece a dolerte algo es que no te duela nada. Y cuando no te duele nada no recuerdas cómo es el dolor, sólo sabes que es molesto y que duele, pero nada más. Lamentablemente me he convertido en todo un experto en dolores varios.
De todas formas, dejando a un lado el dolor, hace ya algunos días que intento no quejarme y simplemente trato de acostumbrarme a vivir así, como si estuviese ensayando para aprender a vivir de la forma que viviré el resto de mi vida, actuando como lo haría un aprendiz, con los ojos bien abiertos, atento a todas las sensaciones de mi cuerpo, a todas las reacciones de mi espíritu, a todas las preguntas y respuestas de mi mente y a todas las inquietudes de mi corazón.
Casi que debería tomar apuntes, porque tengo ya asumido que va a ser así, que las mejorías, si las hay, van a ser muy leves y que no debo caer en creer en cuentos de hadas. A estas alturas ya no. Tampoco me pongo en lo peor, claro. Simplemente adopto el punto de vista más lógico. Suena frío y calculador, lo sé, pero también suena razonable. Mientras haya vida y pueda hacer fotos y escribir, creo que está todo bien y puedo con un par de estúpidos dolores.
Y Carolina, claro. Sin ella yo no sería posible.