Cada año dispone de su propia cosecha OCNI (Objeto Cinematográfico No Identificado). Si en el apartado de Cine Invisible, son muchos los llamados, al final como siempre, son muy pocos los elegidos. Pero, salvo una Blue Jasmine bizarra de última hora, Leviathan se llevará el galardón de film friki del año, con todos los méritos. Rebobinemos. En 2009, Lucien Castaing-Taylor, un inglés de Liverpool que investiga en el Laboratorio de Etnografía Sensorial de Harvard (no me pregunten en qué consiste esta materia porque no sabría dar la mínima respuesta) codirigió junto a Illisa Barbash, el documental Sweetgrass. Esta trashumancia de un rebaño de cabras y corderos, a través de 300 kilómetros de la cordillera de Montana, con sus momentos de suspense, lobos amenazantes y osos poco amistosos, e incluso tiernos y melancólicos, la fusión de estos pastores modernos con un territorio que invita a la reflexión, me tuvo pegado a la pantalla la hora y media que duraba. Alejado de la imagen de Épinal que podía esperarse del tema, el cineasta etnólogo, sin necesidad de diálogos, lo abordaba con inteligencia, distancia y un inmenso sentido cinematográfico. Evidentemente, cuando tuve conocimiento de su nueva aventura en el séptimo cine, con un título tan sabroso como Leviathan (un monstruo marino del Antiguo Testamento asociado, con frecuencia, a Satanás), mis pupilas cinematográficas empezaron a salivar de impaciencia. Lucien Castaing-Taylor elige nueva compañera de viaje, Verena Paravel, y levantando ancla del mítico puerto de la caza de ballenas, New Bedford (como también lo hace el Capitán Ahab en la novela de Herman Melville, Moby Dick), salen dispuestos a rodar las imágenes más alucinantes nunca vistas de un barco pesquero.Provistos de cámaras GoPros, que consiguen captar movimientos espectaculares (utilizadas, sobre todo, en las imágenes de deportes extremos o películas de acción, y normalmente pegadas a los cuerpos de sus protagonistas, graban de forma subjetiva, como si se tratase de una visión personal), el documental del mismo formato de duración (una hora y media de las 150 rodadas pero, tranquilos, aquí seguro que no hay segundas ni terceras partes), de nuevo, sin diálogos, es uno de esos viajes inesperados que te regala el cine.Entre ángulos, que creía inexistentes, y fotogramas, mitad barrocos mitad surrealistas, el espectador va asistiendo a las diversas tareas de los pescadores de alta mar y parte de su vida cotidiana (aviso a navegantes, los marinos de Leviathan no disfrutan del mismo físico que los de las campañas publicitarias de Jean Paul Gaulthier). De la sala de proyección se salieron 5 o 6 personas, a algunos vecinos de asiento los vi disfrutar de una extraordinaria siesta, y otros se deleitaban, tan concentrados y admirativos como ante Gravity, lo último de Alfonso Cuarón.Lo mejor del cine es que cada película tiene su espectador. El resultado es sorprendente y personalmente disfrute de todos los estados previsibles: admiración, movimiento incesante en la butaca y, también, una intensa reflexión hipnótica con los ojitos cerrados (al unísono de uno de sus protagonistas). El documental se ha paseado por los mejores festivales del mundo (incluido Sitges) y ha obtenido una buena pesca de premios: Premio del Jurado en Venecia 2012 o el FIPRESCI en Locarno. Lo más monstruoso es sincerarnos y responder a la pregunta de quién es el verdadero diablo al que se refiere su título.