Revista Opinión

Ley sobre la muerte digna, ¿es necesaria?

Por Doctor Juan Carlos Trallero
Ilustración de una mujer con enchufe y cable que sale de su espalda, en representación del fin del ciclo de la vida

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Raymond Medici / Getty Images Ilustración de una mujer con enchufe y cable que sale de su espalda, en representación del fin del ciclo de la vida 1  


Ante la reciente puesta en escena del proyecto de ley sobre la muerte digna en Andalucía, como médico que trabaja en Cuidados Paliativos, me asaltan muchos interrogantes.
¿Qué aporta? Los derechos que quiere amparar ya están legalmente regulados. Con las leyes actuales en la mano, un paciente tiene derecho a ser (o no ser) informado, a confeccionar un documento de voluntades anticipadas, a renunciar a un tratamiento, a que se controle adecuadamente su dolor y sufrimiento, etc. 

Somos miles los profesionales que, especialmente desde Cuidados Paliativos, pero también desde otras especialidades, venimos haciendo eso mismo desde hace años (no es ningún invento reciente).
Lo que sí es nuevo, al parecer, es que introduce el elemento punitivo o sancionador sobre el médico que no la cumpla. Y puede crear la impresión de que los médicos son individuos sin derecho a conciencia propia cuyas decisiones deben ser reguladas por ley para proteger a los ciudadanos.  
Es necesaria una buena relación médico-paciente
Además, presupone que el paciente está informado (porque ha querido ser informado), ha participado en la toma de decisiones, o incluso las ha puesto por escrito. Pero esa no es ni de lejos la realidad de nuestros pacientes, que es justamente la contraria. Entonces, ¿en qué se basarán para decidir que un médico ha actuado contra la voluntad del paciente? ¿En la opinión de los familiares? ¿Cuánto tardarán en aparecer los correspondientes formularios, en los que al entrar los pacientes en un Centro Sanitario tengan que poner por escrito sus voluntades, para evitar malos entendidos? 
Preocupa quién decidirá la línea que separa el tratamiento proporcionado del encarnizamiento terapéutico.
Y aún preocupa más que se pase por encima de la ética del profesional que pueda tener dudas sobre qué actuación es la más correcta.
Las leyes, por sí solas, no van a mejorar las cosas. La medicina, pese a quien pese, requiere de una buena relación y comunicación médico-paciente, persona-persona, y eso no lo arreglan las leyes.
El camino está en invertir en educación, en difusión no sesgada ni interesada de estos temas, en fomentar la autonomía del ciudadano como instrumento de diálogo y deliberación con el médico (no como herramienta de presión o coacción), en revisar los programas de formación de los nuevos médicos, y sobre todo en medios materiales y humanos para que los Cuidados Paliativos de calidad sean asequibles a todos los ciudadanos que los precisen, vivan donde vivan. 
Se presenta la ley ante la sociedad como un avance, como pionera y novedosa. Pero novedades, pocas. Si sirve para reconocer el trabajo que se hace desde Cuidados Paliativos y para incrementar los esfuerzos de la Administración en pro de los enfermos y sus familias, bienvenida sea. 
Pero que nadie se lleve a engaño. Si nos quedamos sólo en una nueva ley, todo seguirá igual o peor, sólo será un paso más en la burocratización y deshumanización de la práctica médica. No ganará nadie. Los médicos no queremos eso. ¿Lo quieren los ciudadanos?


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