Una de las cosas más saludables que puede hacer un buen marido cuando está de Rodríguez es ir al cine y, por una vez, comprobar que, al igual que los animales, los coches y los candelabros, también las personas hablan. Así que, animado por los comentarios y elogios de mis alumnos hacia esta película, esta tarde he ido al Verdi, que no pisaba desde hacía ocho años (premio para quien adivine cuántos años tiene el mayor de mis hijos).
Probablemente muchos conozcáis ya la historia de Rodríguez (apreciad ahora el jugosísimo juego de palabras con el que he titulado la entrada), que es como se conoce a Sixto Rodríguez. Desde que este Searching for Sugar Man ganó premios como el BAFTA y el Oscar al Mejor Documental, la historia de este albañil, hijo de mexicanos y nacido en Detroit, ha ido de boca en boca y de un programa de televisión a otro. Parece que sólo tipos como yo, que consultamos la cartelera de hace diez años antes de sacar un DVD de la biblioteca, no nos habíamos enterado de su existencia. No obstante, y como me consta que no soy el único padre devoto, os contaré, a muy grandes rasgos, de qué va la cosa.
A finales de los 60, Rodríguez, cantautor de extraordinario talento, y a quien los que lo conocían comparaban con Dylan, publicó dos álbumes repletos de grandes canciones que pasaron completamente desapercibidos en el mercado norteamericano. Rodríguez se vio obligado a retirarse de la música y dedicarse a la construcción (en pequeñito, eso sí; instalando tejados y arreglando wáteres). Sin embargo, por esos azares de la vida, uno de esos álbumes viajó hasta Sudáfrica en la maleta de una turista. A los pocos años, Rodríguez se había convertido en un auténtico icono en Sudáfrica, y sus canciones se oían en casas, fiestas, programas de radio y cualquier ocasión en la que hubiera música.
Muchísimo más popular que los Doors o los Stones, Rodríguez fue en aquellos años una especie de símbolo de lucha contra el apartheid, y son varias las generaciones de aquel país que han crecido con su música. Cabe recordar aquí que, durante décadas, Sudáfrica fue un paria en la escena política internacional. Su inhumana política racista hizo que el país se viera aislado, boicoteado y despreciado a lo largo y ancho del planeta. Uno de los efectos menos esperados de las sanciones fue que de un éxito arrollador en la industria discográfica como el de Rodríguez ¡y en lengua inglesa! no se oyó ni hablar fuera de sus fronteras.
A lo largo de los años, Rodríguez llegó a vender medio millón de discos en Sudáfrica. Pero, y aquí viene lo bueno, él no tenía ni idea de ello y, huelga decirlo, no le llegó ni un duro. Su vida, de la que no se sabía absolutamente nada, estaba para los sudafricanos envuelta en misterio, y circulaban varias versiones sobre su muerte. Según una de ellas, se había prendido fuego en el escenario. Según otra no menos dramática, tras un concierto en que lo habían abucheado, se despidió del público y ante ellos se descerrajó un tiro en la sien.
Searching for Sugar Man nos cuenta la historia de dos sudafricanos que, a finales de los 90, se proponen averiguar qué fue en realidad de aquel "cantante maldito", auténtica leyenda de la música. Por lo visto la idea del doumental surgió cuando, en un viaje al país, el director sueco Malik Bendjelloul oyó la historia de boca de uno de ellos. Intrigado, empezó a investigar, escuchó su música y quedó prendado.
El resultado de las investigaciones de unos y la dirección de otro, un documental excelente basado en una historia tan real como increíble. Hay que decir, no obstante, que en algunos momentos ha primado el cine sobre la objetividad: después de consultar ya sabéis dónde, descubre uno que, aunque la película en ningún momento miente, sí omite por lo menos un dato que menoscababa ligeramente el mito que se pretende construir. Pero hecha esa salvedad, tengo que reconocer que Searching for Sugar Man me ha cautivado desde el primer momento y ha llegado a emocionarme. Y sobre todo, ¡qué puñado de grandes canciones!