Cuentan las leyendas de Girona que las moscas venenosas de San Narciso acabaron con las tropas francesas; que un estornudo delator fue el origen del riquísimo suso; o que las manzanas bendecidas ayudaban a calmar las aguas de los ríos. Estas son algunas de las historias que se cuentan entre los rincones de Girona y que hoy se plasman en la gastronomía de la ciudad.
Las Moscas de San Narciso
Esta leyenda surge en 1285, cuando las tropas francesas de Felipe el Atrevido intentan conquistar Girona. Todo ocurrió en la iglesia de Sant Feliu, donde los soldados, cabreados por no poder entrar en la ciudad amurallada, profanan el sepulcro de San Narciso y esparcen sus restos.
Un carpintero que se encontraba por allí recogió los restos del santo y los depositó en una caja. Fue entonces cuando una gran nube verde salió del sepulcro del santo. Eran miles de moscas del tamaño de bellotas que con grandes aguijones comenzaron a atacar a los caballos y soldados enemigos. Dicen que el veneno de las moscas causó entre las tropas una muerte dolorosa y que incluso el rey francés murió camino de Francia a causa del ataque. Desde entonces, cada vez que Girona era asediada, los gerundenses llevaban el sepulcro de su santo a las murallas para que su poderoso ejército de moscas defendiera la ciudad.
Hoy, la iglesia de Sant Feliu alberga la capilla y el sepulcro vacío del santo, ya que sus restos se perdieron durante la Guerra Civil. Merece la pena entrar y sentir ese lugar que fue testigo del milagro de las moscas. Después, date un paseo por la Rambla de Girona y fíjate bien en los escaparates de las pastelerías. Muchas han reproducido las moscas (y al santo también) en deliciosos bombones de chocolate. Pruébalos, éstos no son venenosos.
El “xuixo” del Tarlà
La siguiente historia tiene como protagonista a un personaje muy simpático y querido por los gerundenses. Se trata de Tarlá, un acróbata que entretenía a los vecinos de la calle Argentería cuando llegó la peste y el barrio quedó en cuarentena (las epidemias de peste asolaron Girona entre 1348 y 1654). Los vecinos le adoraban porque les hacía la vida más llevadera. Hoy día, durante las fiestas de primavera, si miras hacia arriba puedes ver a un muñeco vestido de arlequín colgado a una barra que va de balcón a balcón, en el mismo lugar donde años atrás divirtió con sus acrobacias a los gerundenses.
Pero la historia de este personaje no termina aquí. Tarlá se enamoró de la hija de un pastelero, y durante una de sus visitas a su enamorada, tuvo que esconderse dentro de un saco de harina para que el padre no le descubriera. Pero un estornudó le delató. Para no enfurecer al pastelero, el acróbata le prometió casarse con su hija y contarle la receta de un delicioso dulce que hoy encontramos fácilmente en Girona: el “xuixo” o “suso”, un bollo frito con forma cilíndrica y relleno de crema. Su nombre proviene del sonido del estornudo “xui-xui” que delató al joven.
Las manzanas de Banyoles
Girona ha sufrido durante siglos las inundaciones de varios ríos. El mejor ejemplo es el Onyar, que cruza la ciudad y que cubría de agua las casas bajas cuando se desbordaba. La gente buscaba refugio en las zonas altas de la ciudad, construían puentes de socorro e incluso hacía agujeros en las paredes de los muros para que el agua pudiera escapar.
Pero cuando todo esto no era suficiente para evitar la desgracia, se recurría a la fe y a las oraciones. Los ciudadanos colocaban unas pequeñas manzanas rojas que venían de Banyoles sobre el sepulcro de San Narciso y las bendecían para después repartirlas entre los devotos a cambio de unas limosnas. La gente llenaba su despensa de manzanas. Decían que, si se guardaban durante un año, podían calmar las aguas de los ríos. Lo único que había que hacer era arrojarlas al agua. Se dice que este ritual es herencia de los sacrificios humanos que hacían los romanos en el río Tíber para evitar los desbordamientos. Menos mal que los gerundenses sustituyeron las ofrendas humanas por manzanas. Hoy esta fruta se ha convertido en un producto denominación de origen.
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