El problema del mecanicismo nació cuando se empezó a considerar la materia como una sustancia uniforme, igual en todas las esferas del ser, regida por leyes igualmente uniformes. Es el legado de Descartes. Si consideramos que materia es solo aquello de lo que están hechas las cosas y que lo que llamamos leyes de la naturaleza no son más que descripciones de la forma constante en que se comporta la materia, derivadas de la constitución de esta, el enfoque cambia. Por ejemplo, el término materia se amplía: podemos decir que la materia de una melodía son sus notas y su forma, el orden en que están distribuidas. Así, una célula está integrada por aminoácidos distribuidos de cierta manera. Al ser tan diferente su composición, no es raro que su comportamiento no se parezca al de una bala de cañón. Cuando llegamos a la subjetividad humana, fruto de los elementos que integran el sistema nervioso y su especial organización, no es raro que aparezcan la finalidad, los propósitos a la hora de ejecutar algo. Es tan torpe aplicar la finalidad a la trayectoria de un meteoro, como quitarla del comportamiento humano con el fin de sumirla en unas supuestas leyes que dominan una materia en general que no existe. No son lo mismo las ondas subatómicas, que el hierro o las neuronas. Como su comportamiento depende de su constitución no podemos aplicar las mismas leyes a constituciones distintas.
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