Ya os he contado en la entrada anterior que, tras muchas reticencias y vagancias, por fin me he apuntado al gimnasio. Entendedme, con mi horario de locos sólo puedo ir en la hora de comer y, seamos sinceros, no es lo que más apetece. Pero bueno, ya está, ya he roto la barrera -imaginaria- y ya estoy metida en el ambiente.
No es la primera vez que pago por sufrir, conste. Estuve yendo dos años pero lo dejé porque mi vida laboral comenzó a volverse loca. Súmale la escuela de idiomas y tienes el pastel completo. Pero eso, que ya voy. Lo conseguí.
Mi primer día fue muy prototípico. Yo, con mis ropitas del Decathlon, que llego a la sala de aparatos
Ewwwww...
El monitor tardó como 20 minutos en hacerme casito porque estaba muy ocupado haciéndole un estudio biométrico a un zagal. A saber, que te subes en una máquina que te dice cuánta grasa te sobra, dónde tienes localizadas las lorzas, el segundo apellido de tu abuela materna y si hay vida en Plutón. Lo menos. Yo, que tonta no soy, supe desde ese mismo instante que esa máquina y yo archienemigas ya para toda la vida. Así que imaginad mi cara cuando el monitor se dignó a ocuparse de mí y me sugirió la broma del estudio biométrico. Y se sucedió un diálogo tal que así:
"Claro, es que me tienes que decir qué objetivos tienes y por qué te has apuntado".
"No, si yo lo único que quiero saber es cómo funciona la máquina de andar...."
"Pero sería mejor que...."
"Máquina de andar, a qué botón hay que darle, que no quiero romper nada...."
"Vale, vale..... pero también estaría bien que vinieras a clases dirigidas, ya sabes, zumba y esas cosas, porque sólo en máquinas te vas a aburrir"
"Es que mi horario... Bueno, creo que podré venir a las clases de espinin virtual...."
"Sería mejor que vinieras a las presenciales, es más animado..."
Y aquí yo ya, entendedme, pues explote. Que yo comprendo que el muchacho quisiera barrer para casa, esto es, para el trabajo de sus compañeros y el suyo, que si no va nadie pues no tiene sentido, pero es que, de verdad, el mío no era un modo erizo porque sí, es que mi horario no me deja más salida que ir de proscrita por el gimnasio, acudiendo a horas a las que no va, casi, nadie. Y ya se lo conté, mi vida, mi trabajo y mi disponibilidad. En plan, mira, Mari, chata, ven aquí, una cosita te voy a decir, que ya quisiera yo -o no, vete a saber- tener horarios fijos y saber que mañana, por ejemplo, podré venir a tal hora, pero es que no lo sé y no lo voy a saber hasta mucho más tarde.
"Ah, claro, claro... la amiga de una prima también trabaja en eso..."
"Pues eso, la máquina de andar, si no te importa..."
Y desde ese día todo es felicidad. Nadie me molesta, nadie me dice nada, voy a mi bola, aparco en la puerta (dato fun-da-men-tal) y sudo de lo lindo. No puedo pedir más.
Duduáaaa...