Ya soy normal, ya he ido a un Primark.
Que como noticia es básicamente una mierda, pero si no lo digo, reviento. Un Primark. Yo. Ya soy moderna. Ya soy esa.
El caso es que me pillaba de paso. En la City no tenemos -por ahora- Primark así que aprovechando un viaje que tuve que hacer por #cosas a Mordor, pues me dije 'venga, vamos a ver cómo es eso del primark'.
Inciso: Mordor es... ¿cómo definirla? Esa urbe de por aquí, grande y tal, con ínfulas de capital -sin serlo- y a la que los charros vamos porque no queda otra. Que nos tenemos mucho cariño, como veis. Sin acritud, eh, que conozco y trato a personas de allí que son normales y todo. Yo soy muy maja y no discrimino.
Mordor, os decía. Allí tienen un centro comercial grandecico, con su Ikea y sus pasillos dorados rollo metro de Moscú. Todo muy discreto. Y allí está el Primark. Y allí fui. A lo loco y sin pensarlo bien, porque, claro, en plenos días previos a los Reyes, estaba aquello que ni que lo regalaran. Además, servidora, que tiene días así siesos y que, además, ha de ahorrar por culpa de la última jugarreta de su coche, no estaba muy predispuesta al gasto alocado.
En realidad, confieso, mi idea del Primark era buscar las camisetas esas con leyendas de series que suelen tener. O eso dicen. Es que unos días antes había visto en instagram a una it-girl de esas con una camiseta dedicada a Friends y, oye, me hubiera molado comprármela. No os miento. Pero allí lo único que había era Guerra de las Galaxias por todas partes. Y cuando digo todas, es todas. Porque falta que hagan, no sé, tampones dedicados al asunto. Que una es fan de Star Wars pero este #hastasopismo que estamos sufriendo ya es demasié. In my opinion.
Como las camisetas no aparecieron y no quería adornarme con dibujos de stormtroopers ni los pijamas me hacían gracia ni nada, al final terminé pillando unos calcetines, calentitos y con flores, así para estar en casa. Por decir que me había llevado algo, no sé. Pero no conté con la cola. Madre, qué cola. Sólo en buscar su final para ponerme a la ídem me llevó más rato que el que había pasado buscando las camisetas de Friends. Y allí me vi, rodeada de adolescentes cargadas con media tienda y niños chillando. Y lo habéis adivinado. Miré a los calcetines, me miré a mí misma en un espejo, y me pregunté que si aquella forma de hacer el monguer era normal o es que tanto pasillo dorado se me había subido al cerebro. Solté los calcetines por allí mismo y hasta más ver.
Así acabó mi aventura en el Primark. Primera y última me da que por mucho tiempo.