La doctrina liberal ha evolucionado a una suerte de anarquismo encorbatado y feroz que pide la desaparición de los Estados, la bajada de impuestos y la privatización de todo lo público. Bajo el arcoíris de la libertad económica ha florecido el paradigma del liberal moderno, que viene a ser un antisistema con corbata. Estos nuevos antisistema tienen puestos relevantes, tienen carrera, tienen una reputación hecha a base de lazos familiares y amigos, son una casta, visten con elegancia y comen en los sitios más caros. Cuando yo era adolescente el anarquismo no llevaba corbata; hemos repetido aquí demasiadas veces que las apariencias no engañan, las apariencias gobiernan el mundo: nada es lo que parece.
Para los grandes gurús económicos del polo liberal todo Estado es coercitivo y toda presión fiscal es un robo. El individuo y las cosas del mundo no tienen dueño hasta que alguien lo compra, la libertad sólo puede cimentarse sobre la libertad económica. Mira lo que dice Carlos Rodríguez Braun: «El odio al capital y a su legítimo beneficio es en realidad el odio a la propiedad privada, y, en consecuencia, el odio a la libertad», puedes leer el artículo entero aquí . Para los grandes y pequeños economistas liberales todo lo que estorba al libre transcurrir del dinero es peligroso. Mejor dejar que el capital fluya. Mejor eliminar los diques burocráticos que ponen freno a los billetes.
Identificar la libertad con la propiedad privada nos parece una perversión, siempre que toda propiedad privada limita la libertad de los demás. Si uno es libre en la medida en la que posee, la libertad queda encarcelada en las cosas, la libertad es una cosa. El siguiente paso consiste en extender esta lógica a todo lo humano para obtener la siguiente fotografía: soy lo que tengo. Si no tengo nada no soy libre.
El otro caballo de batalla de la frase que cito de Carlos Rodríguez Braun consiste en el epíteto “legítimo” precedido del sustantivo “beneficio”. El odio al capital y a su legítimo beneficio. Ningún beneficio es legítimo si es obtenido mediante un tercero que no participa en los dividendos. Creo que ya se ha convertido en un tópico: privatizar las ganancias y socializar las pérdidas. Los liberales creen que por tener un máster y una familia con mucha pasta uno ya tiene todo el derecho del mundo para enriquecerse a costa del trabajo de los demás. En las siguientes hornadas de liberales que lleguen al planeta encontraremos el siguiente axioma: para tener derecho a algo hay, primero, que tener dinero, cuanto más dinero tengas mayores derechos obtendrás.
Pero yo quería hablar de corbatas, de estilos, de historia. Quería recordar los inicios de la doctrina liberal: Uno de sus creadores, Alexander Hamilton, apostó por todo lo contrario a lo que hoy conocemos por liberalismo; trató de darle al Estado mayores competencias, grabó la importación de alcohol (lo que provocaría la guerra del whisky) y obligó a trabajar, mediante contratos de inmigración, a los europeos que llegaban al nuevo mundo (mujeres y niños incluidos); estamos en la aún increada nación de los USA, a caballo entre los siglos XVIII y XIX. Para uno de los padres del liberalismo, la cuestión económica consistía en llevarle la contraria al comercio libre que por aquel entonces practicaban los ingleses. La historia es un cajón de paradojas. Alexander Hamilton murió en un duelo, en el año 1804, en Nueva York.
Del mismo modo que cambian las formas de las ideas, cambian también los uniformes de los idealistas. Resulta desconcertante ver cómo se pide una reducción de la presión fiscal y del aparato político desde una clase acomodada y enriquecida, es decir, desde una corbata. También Steve Jobs le dio la vuelta a la tortilla apareciendo en jeans y camiseta para presentar sus productos elitistas. El mundo al revés.
Debemos entender el Estado como un mecanismo que garantiza la solidaridad; cedemos parte de nuestra soberanía íntima para que el Estado se encargue de repartir, ajustar, administrar los bienes. Pedir la desaparición del Estado y la eliminación de impuestos significa hundir más aún a los que están abajo, aquellos que no pertenecen ni a la izquierda ni a la derecha, los que no pueden acceder a la libertad de la que habla Carlos Rodríguez Braun, por eso quizá la odien.
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