Revista Cine
El jueves 20 de octubre hizo buena la sentencia que advierte que en un periódico sólo el precio y la fecha son ciertas, y aún de esas hay una que al día siguiente ya no tiene validez. Antes de terminar el día, el mundo iba a saber que en Sirt se había dado caza al dictador al-Gaddafi. Puede sonar contundente afirmar que se le cazó, le linchó, que se le ajustició públicamente, pero esa es la realidad: lo que la NATO cuente ahora no nos hará olvidar que la muerte a hierro de quien a hierro mata sigue tan vigente hoy como hace tres mil años. Y más si hay una mar negro y espeso de por medio.
Aún celebrando -¿en verdad es cosa de festejar?: ¿quién le sucederá?- la caída del otrora amigo de varios de los más destacados dirigentes mediterráneos de nuestra época -ahorro los nombres: hay están las hemerotecas, despensas de papeles llenos de mentiras, documentos estos en los que ni el valor escrito junto a su cabecera son hoy ciertos-, el español de bien, de clase media, de pensamiento progresista, celebraba una de las mayores y más alegres noticias de cuantas podían esperarse: el cese definitivo de la actividad armada de ETA. Con gran disgusto del trío encapuchado -es de suponer, después de tantos años matando sin conmiseración, pese a no poder advertir sus gestos faciales- que en perfecto castellano decía que en Euskal Herria se estaba abriendo un nuevo tiempo político: "Es tiempo de mirar al futuro con esperanza”. Y sí, les falto añadir la disolución de la banda terrorista, pero a nadie le agrada reconocer su derrota, aunque sus esfuerzos hayan jugado en su propia contra (véase el mundo deportivo, que está lleno de ejemplos similares, por no remitirnos al judicial: la culpa siempre es de los demás). Y sí, a mí me es, por el momento, más que suficiente. (Cuando dije el español bien, de clase media, de pensamiento progresista, es porque malnacidos los hay en todas partes; la clase baja bastante tiene con procurarse comida y abrigo; la alta siempre va a lo suyo, en estos días a la lucha de clases que van ganando -la venta de Rolls Royce aumenta de día en día-, y los conservadores prefieren un enemigo a quien increpar -ojo: no necesariamente sin razón a veces, aunque las formas no son parte ajena de los actos- que una sorpresa que los saque de su rutina.)
Como no hacía falta perder mucho el tiempo para saber que de la captura y muerte del libio no sacaremos nada en claro mientras los amigos americanos no quieran, y eso será nunca, y que el anuncio de ETA sería interpretado según el color de la camisa y el corazón de cada uno -¡ahora va a resultar que hay más piedad, gracia, perdón, entre los agnósticos, ateos y descreídos que en los miseros (escribí el termino llano, no esdrújulo) y bendecidos!-, me dirigí a descansar sin apenas recordar que había llegado a leer en el ordenador -antes los hechos se difundían en papel u ondas hertzianas, ahora si no lo ves en una pantalla es que no ha sucedido, aunque sea de cine, que el cine también es realidad- que los dirigentes europeos se planteaban impedir que las agencias de rating (las Standard & Poor's y Moodys de los USA; la Fitch británica; la china Dagong Global Credit Rating...) puedan publicar sus valoraciones sobre la solvencia de los emisores soberanos de la Unión Europea. Una prohibición temporal, pero prohibición. Y entonces lo vi claro: sobre la mesilla descansaba el Libertad de Jonathan Franzen -en muy descuidada traducción del inglés original a mi lengua materna por Isabel Ferrer, todo sea dicho- esperando a ser abierto de nuevo. En la portada, la reinita cerúlea, el bello ave Paseriforme que hay que salvar para que todo siga igual. Lo abrí. Y leí. Como cabía esperar la hipnótica historia no había sido adulterada por los recientes acontecimientos: ¡Oh, sorpresa!, pese a ser en papel, las palabras estaban vivas. Leí hasta que decidí entrar dormido en el viernes.
Ahora sólo nos queda esperar. A que la historia se haga literatura; a que la libertad haya llegado por fin a los libios, a los vascos, los españoles, los franceses del sudoeste; a la calma de las finanzas del mundo occidental. Aunque no sé si la libertad es prohibir, derrocar, hablar con la cabeza tapada y la pistola en el cajón, o todo lo contrario. Sinceramente, creo que hay mucha más en la literatura de Franzen.
Por cierto, la papeleta del fin de ETA no es para este gobierno o el que venga. Me temo que será cuestión con corona, pero no la de Juan Carlos I. El tiempo dirá. Y los libros.
Reinita cerúlea