Revista Comunicación

Libertad de expresión y medios de comunicación

Publicado el 12 diciembre 2011 por Gonzalo

Cuando se cumplió la concesión del canal de televisión venezolano RCTV en mayo de 2007, una manifestante de las que se oponían a su desaparición afirmaba ante las cámaras: “Los gobiernos cambian, pero los canales de televisión perduran”.

Esa frase, que anteponía la trascendencia e importancia de una emisora de televisión a la de un gobierno electo, revela la perversión ideológica de considerar que una empresa de comunicación puede acumular y representar más valores y legitimidad que unos representantes elegidos democráciticamente.

El desprestigio, muchas veces merecido, de los políticos, desencadena en demasiadas ocasiones que la ciudadanía manifieste su apoyo incondicional, e incluso su reverencia, a otros organismos sin caer en la cuenta de que detrás de ellos hay estructuras de funcionamiento e intereses creados muchísimo más perversos e incontrolados que en las instituciones políticas.

Tan suicida es esperar ante el deterioro de un sistema político un cuartelazo salvador como pensar que unas estructuras informativas incardinadas hasta el cuello en el modelo económico dominante pueden aportar elemento alguno regenerador, alternativo o de evolución social.

El poder de los medios de comunicación se está mostrando tan desconcertadamente grandioso que, de ser el cuarto poder, supuestamente fiscalizador de los otros tres en nombre de la ciudadanía, ha pasado a consolidarse como el de más difícil control democrático.

Si el ingenuo mensaje del poder político es hacernos creer que el mayor de los poderes globales es la opinión pública, habrá que reconocer también que quien logre modelarla se convertirá en la verdadera mano que domine el mundo.

Y en el actual predominio de las tecnologías de la comunicación, lograr el control de un sistema de comunicación global que interprete ante los ciudadanos la realidad conforme a unos determinados intereses puede ser por primera vez en la historia de la humanidad de una viabilidad estremecedora.

Una operación informativa global puede despertar una pasión mundial por un Barak Obama sin aportar una sola clave política de su programa de gobierno, puede legitimar ante la comunidad internacional un cambio de gobierno o una guerra que viole la legislación internacional o pulverice el derecho humanitario, o puede canonizar para la historia la trayectoria política de un líder infame.

No solamente eso, es que, bajo el abuso y malinterpretación de la libertad de expresión, cualquier intento de establecer controles y límites democráticos al poder de los medios de comunicación despierta una agresividad mediática que intimida a cualquier gobierno.

Los políticos ajustan sus discursos al formato de los medios de comunicación, cierran sus mítines en la hora de emisión de los noticieros y cuentan con más asesores para su imagen en televisión que para la elaboración de propuestas políticas.

Los intelectuales, escritores, músicos o actores de cine saben que su futuro profesional, su éxito y su fracaso se decide en los consejos de administración o de redacción de los medios de comunicación. De allí saldrá la sentencia que augure olvido o récord de taquilla o de ventas para sus libros, películas o discos.

Los procesados ante la justicia saben también que la línea informativa que hayan adoptado los medios les habrá absuelto o condenado antes de que ningún juez o jurado emita sentencia. Se ha dado el caso de que algún juez estableció como condición para la imparcialidad de un jurado que sus miembros no accedieran a los medios de comunicación, convencido de que si así hubiera sido, las pruebas y testimonios del juicio nada podrían contra el poder de convicción de los medios.

¿Cómo enfrentar el poder de ese gigante que está siendo capaz de interpretar por cada uno de nosotros lo que sucede en el mundo, decidir quiénes son buenos y quiénes son malos, y hacernos creer lo que nos conviene y lo que no?

Sin duda promoviendo la desconexión entre mensaje informativo dominante y pensamiento ciudadano. Es decir, inoculando entre los individuos la duda razonable que les haga ser escépticos y desconfiados ante el omnipresente mensaje del medio de comunicación.

LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Fuente:  DESINFORMACIÓN   Cómo los medios ocultan el mundo  (PASCUAL SERRANO)

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