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Nadie podría negar que el diario El País sea coherente en sus cometidos. Vendido a oscuros amos desde la transición para hacerse perdonar su pasado franquista, lleva décadas trabajando arduamente para proteger los intereses de la izquierda en general, del PSOE en particular, y de la banca y grandes empresas que le han mantenido a flote en los momentos más complicados económicamente.
La misma coherencia podríamos observar en La Razón. El diario que nunca vio error, ni dejadez, ni mala intención en Rajoy, y que cualquiera diría que pretendía subir a los altares a aquél presidente del gobierno de la mano de Maruenda. Un diario que respira por y para el Partido Popular sin importar que el PP haya defendido antaño algunos principios liberales con verdadero éxito y que luego dio un rajoyesco giro hacia la socialdemocracia masónico-progre. No importaba el rumbo ideológico a seguir. El caso era y es defender al PP.
El Plural, La Sexta, Cuatro… Hay muchos ejemplos de coherencia en ese aspecto. Coherencia en la maldad y el sectarismo, pero coherencia al fin y al cabo.
Pero si hay un ejemplo de oportunismo en la información, es Libertad Digital / EsRadio, y especialmente su director, Jiménez Losantos.
A no pocos lectores y oyentes les ha parecido extraño, y hasta escandaloso, el sesgo errático del locutorrespecto a la línea editorial que este grupo de comunicación dice mantener, sobre todo ahora que se celebran los veinte años de existencia de LD y los diez de EsRadio, y que insiste en equiparar, especialmente en estos días, a la verdadera libertad de información y de opinión. Nada más lejos.
Este pasado fin de semana charlaba yo con unos amigos, antiguos oyentes de EsRadio que ahora solo se mueven por ciertos podcasts. Recordaban cómo Losantos, justamente desengañado con un Rajoy que en la oposición abandonó ideales y principios y ya en el gobierno no dejó nada ni a nadie por traicionar, se volcó con un Albert Rivera y una Inés Arrimadas de los que parecía, si no amante, sí al menos fan entregado e histérico. Y prisionero de ese amor incondicional, más parecido a un servilismo calculado por un partido que se perfilaba como promesa y posible conseguidor de favores, que a un enamoramiento adolescente, se entregó a la diaria tarea de orientar a su audiencia hacia el voto naranja. Ni la SER y El País se aplicaban tanto en llevar de la oreja a los españoles al redil socialista.
Lo que para el PP de Esperanza Aguirre fue una traición en toda regla por parte de Losantos –sector pepero en franca retiraday perseguido por el propio Rajoy y su miniyo Soraya y a quien tanto debe Losantos y su grupo de comunicación- para los de Rivera fue un auténtico regalo. El niño bonito de los naranjas y varios de sus colaboradores más próximos aparecían en EsRadio cada semana, bien presencialmente, bien por teléfono, y la entregada audiencia lanar de Losantos los ensalzaba “porque lo decía Federico”.
Posteriormente, a Losantos y a Rivera se les “rompió el amor de tanto usarlo” y apareció Abascal a cantarle al de ciudadanos otra de la Jurado: “él me dijo que era libre… y ahora nadie puede apartarlo de mí”. Y tiempo después, en plena campaña electoral, a un desbrujulado Federico que de lealtad entiende aún menos de lo que yo comprendo el Esperanto, se le cruzó por delante un Pablo Casado que cambiando a un ritmo más caribeño, entonaba el “quítate tú pa’ ponerme yo” y hablaba de Aznar y de liberalismo económico con la convicción de un tahúr mientras Losantos dejaba a Abascal en la estacada.
Y Federico apostó por ese nuevo PP que, lo niegue quien lo niegue, Desde Rajoy es un partido más del movimiento globalista, que no mueve un dedo por defender un solo principio correcto y que con tan nefasto relevo de Aznar asumió el blanqueamiento de ETA, el lenguaje inclusivo, la ideología de género, la agenda globalista, y la vergüenza de haber sido la derecha que la izquierda tanto odia.
Hay quien dice que Losantos está medio gagá. No creo que sea para tanto, más bien me parece que este comunicador es un verdadero caradura con el suficiente arte para pasar del color azul al magenta, después al naranja, saltando más tarde al verde, para volver al final a un azul con tintes de PSOE con el que buscar la salvación subvencionada para una empresa en la que él, más que presidente, se asemeja a un triste remedo del violinista en la cubierta del Titanic.
Libertad Digital/Esradio no tiene línea editorial definida. No es sinceramente liberal y tampoco parece pretenderlo hace tiempo. Como su presidente, es un ente cara al sol que más calienta y que ahora se ha convertido en el banquillo donde el Partido Popular busca nuevos fichajes. Manuel Llamas, Pablo Montesinos y Vicente Azpitarte son los flamantes fichajes con los que Pablo Casado pretende presumir de tener un PP liberal como el de Aznar. Una imagen, a priori, contradictoria. ¿Cómo puede un partido asegurar ser liberal a la vez que se pliega a la agenda globalista y evita criticar a banca y empresas que le contratan jugosos espacios publicitarios? ¿Qué tiene de liberal e independiente un medio que purga a los disidentes y abdica de sus orígenes y de sus históricos personajes, mucho más liberales de lo que ha sido su presidente?
Libertad Digital/EsRadio es ahora cantera del “nuevo” Partido Popular. Y lo será hasta que el PP vuelva a traicionar a un Federico apartado de la realidad, prisionero de su contabilidad, y completamente sumiso a su Cayetana Álvarez de Toledo, nuevo amor de verano que ya veremos si llega al invierno.
En cualquier caso, Losantos tiene su parroquia. Cierto es que también cuenta con no pocos decepcionados. Pero tiene parroquia. Y sus feligreses tragan con lo que sea. Con “lo que diga Federico”, que muestra sus principios e ideología siempre bajo demanda del partido político al que arrimarse. Triste panorama para un país que necesita más que nunca de la mejor ciudadanía posible, de la mejor generación que pueda sacar a la nación de este pozo de indigencia moral, del pueblo más inteligente e independiente, y que no cuenta más que con una inmensa mayoría de electores que votan a su partido sin importar antecedentes y consecuencias, y que se dejan llevar por quienes desde micrófonos y editoriales juegan a los ideólogos con la misma soltura que hablan después de la Pantoja, de Gran Hermano, o del libro recién publicado de un señorito de cortijo que vive abducido en su sevillana realidad de huérfano niño pijo.
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