Los medios liberales siguen insistiéndonos en el dogma: sin libertad económica no puede haber ningún otro tipo de libertad; axioma que Adam Smith alumbró hace 3 siglos. Parece que las ideas no tienen caducidad ni relación con el tiempo y la historia; las ideas van por un camino y nosotros, ciegos e inmunes a la inteligencia, vamos por otro. La libertad económica nos ha traído una nueva forma de esclavitud: la condena voluntaria. Sin libertad económica no podemos encadenarnos a la rueda eterna del consumo. Economía de mercado significa que bajo el supuesto de la igualdad de oportunidades sólo puede aquel que tiene y sólo tiene aquel que está dispuesto a supeditar su libertad a la libertad del mercado. Por mucha libertad que nos otorgue la economía sólo volaremos libres con billetes en la cartera. Este lío de libertades y finanzas ha dado en la frustración de muchos y el suicidio de unos pocos, como por ejemplo aquel desahuciado de Granada, o aquel otro de Las Palmas. Nos compramos libremente una casa por un precio para que luego las entidades financieras jueguen con nuestros nervios alterando las gráficas del Euribor, el Euribor es la montaña rusa para los que sufrimos de vértigo. No abogo por la intervención del Estado, abogo por la intervención de la plataforma contra desahucios.
La libertad económica es una coacción y una trampa: nadie tiene libertad frente a otro si todo queda reducido a un precio, pues sólo será libre aquel que pueda pagarlo.
Bajemos a la Tierra para comprender el mecanismo coercitivo. Tengo un amigo que gana en torno a los 700 (setecientos) euros de media corrigiendo libros para un importante grupo editorial. Algunos meses son 700 y otros 400 y otros 0 euros. Digamos que su libertad económica es bastante reducidita, se reduce a comprar en los establecimientos más baratos y a no gastar absolutamente nada que no sea estrictamente necesario. A este amigo le han ofrecido corregir las memorias de José María Aznar. Nadie le obliga a corregir el tocho, puede negarse, de hecho, se ha negado; aunque no esté en una posición económica holgada puede permitirse el lujo de ser libre y decir no corrijo las memorias de este tipo, y no lo hago porque no quiero mancharme las manos haciéndolo. Esta postura tiene dos lecturas: como nos encontramos en una economía de mercado, mi amigo puede negarse a realizar el trabajo sin tener que asumir consecuencias negativas por parte del grupo editorial (de hecho le siguen enviando manuscritos después de aquel desaire), pero por otro lado, si tuviera unas circunstancias personales dramáticas, si estuviera al borde de la indigencia, se vería obligado a aceptar cualquier encargo, incluidos aquellos que pisotean sus principios y, por lo tanto, su libertad. Si la libertad económica está por encima de cualquier otro tipo de libertad, no podemos tomar decisiones y toda postura moral, todo principio ético, todo posicionamiento frente a la vida queda reducido a una sola categoría: el precio. Estamos dispuestos a hacer cualquier cosa, basta con acercarse al precio adecuado; este parece ser el mantra.
Mientras vemos subir el número de parados, el número de desahucios, el número de la prima de riesgo, el número de manifestaciones y el número de diputados corruptos, la inteligentzia liberal nos ilustra con sus clases de anarquismo para millonarios, haciendo apología de una falsa libertad, un falso equilibrio en el que la balanza siempre se decantará por el que pueda poner el peso adecuado. No entiendo la postura de los más radicales de este sector: estamos acercándonos a pasos agigantados a su modelo y siguen perorando en las radios y las televisiones.