Revista Cultura y Ocio
Editorial Salamandra. 667 páginas, 1ª edición de 2010, ésta de 2011.Traducción de Isabel Ferrer.
Nunca pensé que me ocurriría esto: he comprado un libro que vendían en una montaña. Otras veces he visto montañas desopilantes de libros en La Casa del Libro, en la Fnac, en El Corte Inglés… Recuerdo, como paradigma, hace un par de años, al ser lanzado el libro de un bestsellero de moda, la figura que habían montado en una de las Casas del Libro de Madrid; con los libros usados como ladrillos, habían construido un cilindro que podría ser un faro o un cigarro monstruoso o un pozo… algo, en cualquier caso, muy inquietante. Lo que suele provocarme risa; aunque a veces también me incomoda, por el espacio que la no-cultura roba a la cultura como entretenimiento y reflexión.Y paso bordeando las montañas y busco otros libros, otros productos confundidos con los anteriores, ediciones nuevas o de bolsillo; y también disfruto de la búsqueda en librerías de segunda mano, en bibliotecas de barrio… y trato de ignorar las montañas, y rescatar a las figuras de grandes escritores olvidados, pero esta vez no he podido: he sucumbido al reclamo de las portadas de los suplementos culturales y a las críticas elogiosas de esta novela de Jonathan Franzen (Illinois, 1959).
Y traté de buscar su anterior novela más elogiada, Las correcciones, pero incomprensiblemente Seix Barral no ha aprovechado el tirón publicitario de Libertad para hacerla accesible en librerías.
Y fui al Fnac de Callao, hace dos sábados, y vi Libertad en una montaña, en una montaña que se aposentaba sobre el suelo, y tomé un volumen como avergonzado y lo hojeé, lo dejé donde estaba, y paseé entre las mesas de novedades. Miré estanterías, y luego, al irme, cuando no me miraba nadie, tomé de nuevo un volumen de Libertad sin aparentes golpes ni defectos y lo pagué y empecé a leerlo sentado en un banco del parque del Retiro. Y hasta ayer, dos semanas después.
Tenía ganas de leer novelas largas, y al igual que cuando hace 2 años, tras mi viaje a Argentina, me dio por leer a escritores de este país, ahora, tras mi viaje a Nueva York, Boston y Providence, me ha apetecido profundizar en la literatura norteamericana, desde siempre una de mis favoritas.
Libertad es una novela profundamente norteamericana; y en ella conocemos los avatares de una familia, los Berglund. La historia contada, si bien se centra en la primera década del siglo XXI (con una extensa parte llamada 2004), también se extiendo hasta los años 70, la época universitaria de Walter y Patty (la pareja protagonista); en algún momento hasta las década del 80 y el 90 del siglo XX (cuando Walter y Patty crían a sus hijos, Joey y Jessica, en una urbanización de clase media de Minnesota); y hasta unas décadas anteriores cuando conocemos, de forma más tangencial, las vidas de los padres de Walter y Patty, remontándose la historia hasta la generación de los abuelos de los dos personajes principales).
Y Libertad es una novela profundamente norteamericana porque la familia de la que nos habla, los Berglund, es profundamente norteamericana, al modo en que los Karénin de Liev Tolstoi eran profundamente rusos; y en sus caracteres se concentran las ilusiones y las frustraciones de los distintas épocas que atraviesan sus países.Walter es en esencia un hombre recto, que ha conseguido superar el pobre ambiente de su entorno familiar gracias al trabajo duro; y está muy concienciado con el medio ambiente y el problema de la sobreexplotación de los recursos y la superpoblación mundial. Un hombre que, tras sus estudios de abogado, trabajará siempre en el entorno de las empresas medioambientales y acudirá al trabajo en bicicleta, a pesar de lo duro que sea el invierno.
Patty es una mujer deportiva y competitiva, que se ha criado en un entorno de clase social alta, pero cuyos padres han fomentado con más entusiasmo las aficiones artísticas de sus hermanos que la suya, donde destaca como deportista (practica baloncesto) de cierto renombre (llegó a ser suplente de la selección nacional femenina de baloncesto). Y que tras la universidad sólo aspira a ser una buena madre y ama de casa; unas expectativas ya algo desfasadas en los años 80, en su entorno de mujeres trabajadoras.
El hijo del matrimonio, Joey, representa a la nueva camada de republicanos neocon, jóvenes de pocos escrúpulos con olfato para los negocios, jóvenes fríos y desapegados. “En su vida social, tendió a acercarse a los compañeros de residencia de familias prósperas que creían que la solución al mundo islámico era el bombardeo por saturación hasta que esa gente aprendiera a comportarse. Él personalmente no era de extrema derecha, pero se sentía a gusto con quienes sí lo eran”. (pág. 288)
La hija del matrimonio, Jessica, inteligente y discreta, se dedicará al mundo de la edición, un mundo en decadencia, en el que va a poder ganar mucho menos dinero que su hermano.
Dentro de la historia matrimonial de Walter y Patty cobra especial relevancia su relación con el músico Richard Katz, antiguo compañero de habitación de Walter en la universidad, un músico minoritario y cínico que en un momento de la novela alcanzará un éxito con el que no contaba y que le cuesta digerir.
La novela, siguiendo la técnica del estilo indirecto libre, centra su mirada en algunos de los personajes principales, a los que acompaña para retratarlos. Así hay extensos capítulos en los que Franzen nos cuenta su historia acercándose a Walter, Richard o Joey… Para hablar de Patty utiliza otro recurso: ella escribe su propia biografía en tercera persona, como ejercicio terapéutico encargado por un psicoanalista. Patty interrumpe a veces su narración porque “la autobiógrafa” reflexiona desde el presente sobre su estado de conciencia del pasado.Para comenzar la novela Franzen se vale de otro recurso: durante las 30 primeras páginas son en gran medida las palabras de los vecinos de su barrio de Minnesota los que, a través de comentarios tangenciales o las meras especulaciones, retratan a los Berglund de forma poliédrica.
Quizás me ha parecido extraño que Franzen no se haya acercado, a través del estilo indirecto libre, a la hija del matrimonio, Jessica, cuya presencia es más borrosa que la del resto de personajes.Y esto me da pie a una reflexión: la capacidad que tienen las grandes novelas largas para parecernos incompletas, para hacernos desear que sigan de un modo indefinido.
De entre las reseñas que he leído en suplementos culturales sobre Libertad durante las últimas semanas (Babelia, El cultural, ABC cultural…), donde todos los críticos hacían destacar aspectos positivos de esta novela que justificaban su condición de obra maestra, sólo Andrés Ibáñez en el ABC Cultural parece señalan, tras sus elogios, algún pequeño defectos ya que, por ejemplo, afirma: “Libertad es una novela intensamente política, donde hay largas (y en ocasiones para aquellos no especialmente interesados, quizá algo tediosas) incursiones en el mundo de los negocios (…)”.He leído Libertad prevenido contra ese posible tedio hacia lo político y los negocios que apunta Ibáñez y la verdad es que he de decir que no me he topado con ese tedio, sino, por el contrario, los comentarios políticos puramente norteamericanos -sobre los republicanos y los demócratas- me han parecido pertinentes para cualquier ciudadano de este mundo globalizado, en el que las decisiones políticas norteamericanas llevan a modificar un panorama internacional que nos afecta a todos. En este contexto son continuas las reflexiones sobre cómo el 11-S ha hecho cambiar a Norteamérica o las razones para la guerra de Iraq, donde Franzen hace más de una crítica a la rapiña republicana del gobierno de George W. Bush al intentar reconstruir el país invadido gracias a privatizaciones de contratas ridículas y abusivas.
No encuentro ningún impedimento que no me haga señalar a Libertad como una obra maestra, y a Jonathan Franzen como uno de los grandes novelistas modernos norteamericanos, que se une en mi imaginario de lector a mis autores norteamericanos favoritos de las últimas décadas: a Richard Ford por su capacidad para analizar al ciudadano medio norteamericano y las relaciones familiares, desde una visión poética; me ha recordado a Don Delillo cuando Walter entra en relaciones con un magnate texano, supuesto filántropo de los pájaros, y empezamos a sospechar que su intenciones al contratar a Walter no son precisamente ecológicas; y también he pensado en Philip Roth por la capacidad de Franzen –que también aprecié en Roth- para narrar la historia desde una perspectiva, y al narrarla desde otra ir rellenando huecos anteriores.
El estilo de Franzen es muy clásico; de hecho, en un momento central de la novela, Patty lee Guerra y Paz de Tolstoi y después comparará a algunas de sus personas cercanas con personajes de esa novela.Franzen admira de Tolstoi -como queda plasmado en su novela- su capacidad para desmenuzar los sentimientos; y la modernidad de sus enfoques se limita a reflejar los cambios en la psicología de sus personajes o en la sociología de su entorno. Si un conde de Tolstoi podía morir antes que renunciar a su honor, a quedar deshonrado ante terceros, un personaje de Franzen intentará en la universidad adquirir una pose para ser más guay que sus compañeros. Si en Guerra y paz una carta llegaba a manos de su lector después de viajar en el zurrón de un jinete, los personajes de Franzen leen mensajes sms, escriben en blogs y cuelgan videos en youtube. Y esta es toda la modernidad que necesita Franzen para reflejar el mundo que le rodea. No escribe una novela a base de mensajes sms o entradas en un blog, sino que crea auténticos personajes que están familiarizados con esa tecnología como el Pierre de Guerra y paz podía estarlo con el eje de un carro.
Jonathan Franzen es un narrador puro, sus historias tienden al desbordamiento continuo y me ha gustado su capacidad para perfilar personajes secundarios y circunstanciales. A menudo me olvidaba al leer del estilo de construcción de las frases (algo que no me ocurre con otro tipo de escritores, como, por ejemplo, con Juan José Saer, del que hablé en la entrada anterior, donde la construcción de la frase es fundamental) y me abandonaba al dibujo mental de los personajes y los modos en los que éstos interactuaban.Las historias de Franzen tienden al drama, pero también me ha parecido percibir mucha ironía y un humor negro triste y socarrón. “Más de cuatrocientas personas asistieron al entierro del padre de Walter. En nombre de Gene, sin haberlo conocido siquiera, Patty se enorgulleció de la gran afluencia de gente. (Si uno quiere un gran funeral, morir a una edad no muy avanzada ayuda)” (pág. 163).
La idea de libertad aparece de forma intensa en este libro, y la libertad parece ser la antesala de la equivocación; o la libertad parece ser la antesala también de la frustración, porque la realidad o los demás no son nunca como nos gustaría que fuesen. “(…) Joey era otra persona. Vio a esa persona con tal claridad que fue como hallarse fuera de sí mismo. Era la persona que había manipulado su propia mierda para recuperar su alianza nupcial. Ésa no era la persona que él creía ser, o la que habría elegido ser si hubiera tenido la libertad de elegir, pero había algo reconfortante y liberador en ser una persona real y definitiva, y no una colección de personas potenciales y contradictorias. (pag. 518); y así madura Joey, buscando el anillo que se ha tragado, mientras lidiaba con una situación comprometida, entre su propia mierda.
La traducción de Isabel Ferrer me ha resultado más que correcta, salvo un pequeño detalle sin mucha importancia: hay muchas frases en las que (supongo) la palabra “then” con que los americanos puedes acabar sus frases, como muletilla, y que yo hubiese traducido por “entonces”, ella lo traduce por “pues”; y a mí, acostumbrado a las traducciones átonas del inglés, me resultaba raro leerlo. Por ejemplo: “-¿Qué hace, pues? –preguntaron las madres” (pág. 19)
Franzen ha sido portada del Times en Estados Unidos, y aquí los suplementos culturales han copiado la idea, porque entre otros méritos, el presidente Obama pidió una copia en galeradas para leer el libro antes de que saliera a la calle. Un buen golpe de efecto de Obama: poner de moda un libro que da cien patadas a la administración republicana a la que él ha sustituido, y su pésima gestión de la guerra de Iraq.Pero no se preocupen de que el libro sea un bestseller y se venda en montañas en las librerías, no teman ser en esta ocasión vulgares, y como yo, por una vez, sucumban a la idea de poder hablar de un libro de moda con sus compañeros de trabajo.Libertad sí es una obra maestra.