Hace unos días revisitaba ese experimento fílmico de los Monty Python que es El Sentido de la Vida (The Meaning of life, 1983) que, sin ser de lo mejor de este grupo, si contiene algunos gags memorables. Entre ellos el siguiente número musical (está en inglés pero su estribillo no es muy difícil de entender):
Y mientras lo veía me venía a la cabeza la polémica montada alrededor de los titiriteros detenidos en Madrid o el juicio a Rita Maestre por protestar en sujetador en una capilla de la Universidad Complutense. Y me pregunté qué pasaría si los Monty Python hicieran ese humor tan políticamente incorrecto ahora. En España.
La verdad es que el caso de Rita Maestre y el de los titiriteros no son iguales a pesar de lo que pudiera parecer al estar supuestamente en entredicho en ambos asuntos los límites de la libertad de expresión. Porque los contextos son diferentes. En el juicio a la concejala de Ahora Madrid ese contexto es el derecho a la protesta en contraposición al sentimiento de ofensa de un colectivo. En el caso de los marionetistas es el derecho a la libre creación artística frente al sentimiento de ofensa de un colectivo. La protesta es algo que está amparado por la ley y la creación artística es ficción -ni siquiera es algo real y que debiera molestarnos-. Por tanto pienso que lo que debería estar realmente en entredicho no es la libertad de expresión, que por cierto ya está limitada por la ley, sino las repercusiones ante el sentimiento de ofensa de los demás. Porque si hay algo subjetivo (y no objetivable) en todos estos asuntos son las razones por las que una persona o un grupo de ellas pueden sentirse ofendidos.
Si algo garantizan (o al menos deberían) las leyes es que la mayoría de la sociedad sienta protegidos sus derechos frente a las imposiciones de unas minorías. La justicia más justa a la que podemos aspirar por ahora es esa, aunque las minorías muchas veces acaben sufriendo injusticias. Y la libertad de expresión es un derecho de todos los ciudadanos; no así la libertad de no sentirse ofendidos, pues tal concepto no existe. Si tuviésemos que respetar ese derecho a no sentirse ofendidos no existirían cómicos como los Monty Python, ni chistes de gordos, ni películas como Deadpool o el humor negro en general y nuestro mundo sería terriblemente aburrido. Aún más: si tuviéramos que judicializar a todos los que alguna vez han ofendido a alguien, no habría cárceles suficientes en La Tierra.
Por lo tanto tal vez deberíamos dejar de discutir sobre los límites de la libertad de expresión y debatir más sobre si es adecuado imponer sentimientos (de ofensa, religiosos o políticos) de ciertas minorías por encima de los derechos de todos (como la libertad de expresión). O de si es necesario y conveniente sentar a una persona en el banquillo de los acusados o meter a alguien en un calabozo por decir o hacer algo que moleste a otros. Igual lo que necesitamos para coexistir mejor no es callarnos por miedo a ofender, sino intentar no sentirnos ofendidos tan fácilmente. Al fin y al cabo ¿no es el control sobre nuestras emociones junto con nuestra capacidad de razonamiento lo que nos hace definitivamente humanos?