Nadie pretende comparar la guerra de Irak con el conflicto en Libia; el error diplomático de Aznar lo pagó el propio interesado y la formación a la que lideraba, en las urnas, que es como se funciona en democracia, y no se puede pretender la disculpa ocho o diez años después. Otra cosa diferente es la hipocresía política del Sr. Blanco cuando saca de contexto los acontecimientos para magnificar lo obvio. Es cierto que Aznar apoyo diplomáticamente la guerra de Irak, pero también lo es que nuestros soldados no pegaron un solo tiro en el conflicto armado, ni entraron en combate, pues tal fue el acuerdo del expresidente con sus homónimos inglés y americano; del mismo modo que Zapatero se apresuró a retirar las tropas por un efecto electoralista, para encontrarse a la semana siguiente con la aprobación de la ONU para una intervención militar, lo que le pilló con el paso cambiado.
Libia es diferente, aquí, con acuerdo de la ONU, a lo que enviamos nuestras tropas no es a construir un hospital o llevar a cabo acciones humanitarias, sino a combatir; los F-18 no son aviones de reconocimiento o de apoyo, son caza bombarderos que se emplean en acciones armadas, y eso constituye una diferencia sustancial entre ambos conflictos armados.
Me sorprende la facilidad con la que se califica a una guerra de legal o de ilegal; soy contrario a todo tipo de violencia, pero la mayor aberración de la humanidad es dedicarse a construir máquinas de destrucción como de las que hacen gala ejércitos occidentales de todos los países. La guerra es el absurdo que más nos acerca a la especie animal de la que provenimos; el recurso a la destrucción del rival es absolutamente primitiva y contraria a toda cultura, independientemente de su filosofía. Utilizar la implicación en la barbarie como arma electoral determina el nivel al que se dirigen los políticos de todos los colores, que permanecen en sus casas, mientras nuestros soldados se juegan el tipo en estas guerras que no son las suyas.