Revista Coaching

Libre cuando quieras

Por Candreu
Libre cuando quieras
Zaragoza, Pamplona, Sevilla, Madrid y Guadalajara me han visto pasar esta semana con sesiones varias. Me quedo en el recuerdo especialmente la sesión para las profesoras de Miravalles, el colegio de mis hijas, y la de la Asociación Juvenil Lantegui, donde me regalaron las cometas de la foto, y donde además hice de telonero nada menos que del Arzobispo de Pamplona y Tudela D. Francisco Pérez.
Además dos gratísimas conversaciones en Madrid con mi amigo Nacho y en Guadalajara con mi amiga María. Conversaciones de esas que llegan a lo profundo sobre cosas importantes de la vida: la carrera profesional, la familia, la vida, la muerte, la libertad, la felicidad, la soledad...
Cuentan que al final de la Edad Media, un rey condenó a un malhechor a pasar el resto de sus días en una vieja, sucia y oscura mazmorra. No queriendo arrepentirse de sus maldades gritó orgulloso que de alguna forma escaparía. El rey, en un acto de misericordia le dijo que le perdonaría si encontraba la única salida existente.
Cuando el reo llegó a la prisión encontró que en su celda apenas había un viejo y destartalado camastro y una silla de madera. Pero vio tres posibles vías de escape: una baldosa que se movía, una ventana alta y un desagüe.
El preso hizo equilibrios durante años con la silla sobre la cama para llegar a la ventana e ir aflojando los barrotes. Cuando lo consiguió y sacó su cuerpo a través del vano, descubrió que la altura de la prisión era tal que saltar desde allí le causaría la muerte.
El desagüe tampoco tampoco fue solución, porque aunque pasó largo tiempo abriendo más su agujero, descubrió que se ahogaría antes de poder llegar al río. Mientras tanto seguían pasando los años, y los aprovechó en escarbar por debajo de la baldosa suelta. Tras años de mover tierra descubrió que al otro lado sólo había una celda exactamente igual que la suya. La soledad era impresionante. El encierro se hacía parte de él.
Antes de morir de viejo el reo pidió el deseo de volver a ver al rey. Este se acercó hasta la prisión. El prisionero le dijo: "Tú me prometiste libertad, pasé mi vida buscándola con todas mis fuerzas y no la hallé. ¿Cuál era esa única salida?. Si es que la hay". El rey le respondió: "Nunca me buscaste, no te arrepentiste. La puerta estaba abierta... ¡La salida era yo!".
“La soledad es la única cárcel que se cierra por dentro". Muchas veces dedicamos nuestra vida a perder el tiempo construyendo complicados túneles, encerrándonos en nuestros errores, hasta que no podemos ver la salida porque se encuentra bloqueada por paredes, muros y castillos de necedad, de costumbre, de autosuficiencia y de orgullo. Cerramos el corazón al amor, a los demás, a la verdad, al arrepentimiento, olvidándonos que ahí está el único camino para ser libres de verdad.
Empieza a abrir tus puertas de la libertad. De la libertad verdadera.

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