Revista Cultura y Ocio

Libro del desasosiego - Fernando Pessoa

Publicado el 28 abril 2021 por Elpajaroverde
"Escribo, triste, en mi cuarto tranquilo, solo como siempre yo he estado, solo como siempre estaré. Y pienso si mi voz, aparentemente tan poca cosa, no encarna la sustancia de millares de voces, el hambre de decirse de millares de vidas, la paciencia de millones de almas sometidas como la mía al destino cotidiano, al sueño inútil, a la esperanza sin vestigio".

Piensa lo anterior Bernardo Soares. Piensa, o más bien desea, ese hombre que escribe triste y solo en su cuarto tranquilo. Pero bien sabe Bernardo Soares que "los que verdaderamente sufren no hacen plebe, no forman conjunto. Quien sufre, sufre en soledad". Porque "nadie comprende a otro. [...] Por más que un alma se esfuerce por saber qué cosa sea otra alma, no sabrá sino lo que le diga una palabra -sombra disforme en el suelo de su entendimiento". Por más que Soares redunde en el buen uso del portugués y en la pertinencia y la elegancia de la palabra para transformar algo en real, bien sabe también que "expresarse equivale siempre a equivocarse".

"Pienso a veces, con un deleite triste, que si un día, en un futuro al que yo ya no pertenezca, estas frases que escribo perduran como cosa de mérito, tendré por fin quienes me "comprendan", los míos, mi verdadera familia para en ella nacer y ser amado. Pero lejos de ir yo a nacer en ella, habré muerto mucho tiempo antes. Seré comprendido sólo en efigie, cuando el afecto ya no compense al muerto de la falta de afecto general que lo acompañó en vida".

Piensa también esto (o más bien desea) Bernardo Soares. Pienso yo, que lo leo y lo comprendo, que soy de los suyos, de su verdadera familia (o al menos en parte), si quizá alguien que me lea me comprenda, sabiendo, sin embargo, de antemano, que "todo lo que sabemos es una impresión nuestra, y todo lo que somos es una impresión ajena" ; asumiendo que una vez que me escribo me distorsiono; preguntándome, por tanto, "de qué complejas incomprensiones está hecha la comprensión que los otros tienen de nosotros".

Libro del desasosiego - Fernando Pessoa

Bernardo Soares es uno de los heterónimos de Fernando Pessoa; un semi-heterónimo, aclara el ilustre autor portugués, "porque, no siendo su personalidad la mía, es, no diferente de la mía, sino una simple mutilación de ella. Soy yo menos el raciocinio y la afectividad". Es él menos su parte de acción y de interrelación con el mundo exterior. Soy yo menos...

"Fui siempre, en todas partes y por todos, tratado con simpatía. A muy contadas personas creo que tan poca gente les habrá alzado la voz, o fruncido el ceño, o hablado con dureza o de manera atravesada. Pero la simpatía con que siempre me trataron estuvo también siempre vacía de cariño. Para los más naturalmente íntimos fui siempre un huésped que, por su condición de tal, es bien tratado, pero siempre con la atención debida a un extraño y la falta de cariño que el intruso merece.

No pongo en duda que todo esto de la actitud de los otros derive principalmente de alguna causa intrínseca a mi propio temperamento. Soy por ventura de una frialdad comunicativa que involuntariamente obliga a los otros a reflejar mi manera de no sentir demasiado.

Por mi carácter personal suelo trabar conocimientos rápidamente. No se hacen esperar las atenciones de los otros conmigo. Pero el cariño nunca llega. Gente dedicada a mí no la conocí nunca. Amarme, fue cosa que siempre me pareció imposible, como el tratarme de tú un extraño.

No sé si sufro por todo ello, si lo acepto como un destino indiferente, en el que nada hay ni que sufrir ni que aceptar.

Siempre quise agradar. Siempre me dolió que me mostraran indiferencia. Huérfano de la Fortuna, tengo, como todos los huérfanos, la necesidad de ser objeto del cariño de alguien. Pasé siempre hambre de la realización de esa necesidad. Tanto me adapté a esa hambre inevitable que, a veces, ni sé si siento la necesidad de comer.

Con esto o sin esto la vida me causa un gran dolor.

Los otros tienen personas dedicadas a ellos. Yo nunca tuve ni siquiera alguien que pensara en dedicarse a mí".

"Venía de tierras prodigiosas, de paisajes mejores que la vida, pero de esas tierras nunca hablé sino conmigo mismo, y de esos paisajes, vistos cuando soñaba, nunca les di noticia. Mis pasos eran como los de ellos sobre las baldosas y las losas, pero mi corazón estaba lejos, aunque latiese cerca, señor falso de un cuerpo desterrado y extraño".

No sé hasta qué punto Fernando Pessoa se reconocería en los fragmentos anteriores. No sé ni me importa si se los mutiló para escribirlos o si los creó para que Bernardo Soares los escribiera. El heterónimo para un autor es escribirse distorsionándose a sabiendas; es juego y escondite del escritor. "Se necesita cierto coraje espiritual para que un individuo reconozca abiertamente que no es más que un harapo humano, aborto sobreviviente, loco aunque fuera de las fronteras del internamiento; pero se necesita todavía más coraje de espíritu para, reconocido eso, crear una adaptación perfecta a ese destino, aceptar sin rebelarse, sin resignación, sin gesto ni esbozo de gesto alguno, la maldición orgánica que la Naturaleza le impuso. Pretender que con eso no sufra, es pretender demasiado, porque no cabe en lo humano aceptar el mal, viéndolo como un bien, y llamarle bien; y, aceptándolo como mal, es imposible no sufrir por su causa". Si la escritura de este libro es coraje o es otra cosa no me compete a mí dirimirlo.

No creo que este libro del desasosiego sea apto para cualquiera, lo cual no hace a los aptos ni a los no aptos ni mejores ni peores. "Vivimos todos lejanos y anónimos; disfrazados, sufrimos sin ser conocidos. A unos, sin embargo, esta distancia entre un ser y ellos mismos nunca se les revela; a otros se les ilumina alguna que otra vez, con horror y con pena, gracias a un relámpago sin límites; pero para otros más es esa la dolorosa constancia y cotidianidad de la vida". De los primeros, francamente dudo que se sientan atraídos por esta lectura y tanto mejor si así es; los segundos, si la leyesen, supongo que se sentirían sorprendidos de reconocerse en algunos puntos para, sin embargo, en otros momentos pasar a preguntarse: ¿qué diablos es esto que estoy leyendo?; los terceros somos los miembros de la verdadera familia de Bernardo Soares, pero nuestro afecto llega tarde para compensarle.


No me ha dolido esta lectura. No me ha hecho sufrir el sufrimiento de Bernardo Soares por más que haya sentido cierta fraternidad hacia él en muchos momentos. No ha sido una bofetada que me convulsionara. No he sentido con ella la revelación del descubrimiento; sí, en cambio, esa otra de que alguien extraño a mí ponga palabras a algunos de mis pensamientos y sentimientos que para mí son inexpresables. A ratos me ha parecido una lectura maravillosa; a otros, puro tedio (palabra que tanto le gusta usar a Soares y que no es exactamente un sinónimo de aburrimiento). Creo que ha sido así porque he llegado a ella sin pelearme conmigo misma ni con el mundo externo a mi interior, bajada ya la bandera del resentimiento y la resignación. He llegado a ella desde la aceptación y el equilibrio, sabiendo que probablemente esta no sea sino una fase pasajera de mi vida. He llegado a este libro del desasosiego y, paradójicamente, he encontrado sosiego. Será que actualmente me siento reconciliada con esa condena que me arroja Soares en forma de pregunta que se responde a sí misma.

"¿Por qué has de intentar ser como los otros, si estás condenado a ti?"

"Dos únicas cosas me dio el Destino: unos libros de contabilidad y el don de soñar", cuenta Bernardo Soares. "Sólo lo que soñamos es lo que verdaderamente somos, porque lo demás, por haberse realizado, pertenece al mundo y a todo el mundo". Respecto a ese mundo, cuenta Soares que si lo tuviese "en la mano, lo cambiaba, estoy seguro, por un billete para la Rúa dos Douradores".

En la Rúa dos Douradores de Lisboa trabaja Bernardo Soares como ayudante de tenedor de libros de contabilidad bajo las órdenes del patrón Vasques. "Todos tenemos un patrón Vasques, para unos visible, para otros invisible. Para mí se llama realmente Vasques, [...]. Para otros será la vanidad, el ansia de mayor riqueza, la gloria, la inmortalidad... [...] como en la vida todos tenemos que ser explotados, me pregunto si valdrá menos la pena ser explotado por el Vasques de los tejidos que por la vanidad, la gloria, el despecho, la envidia o lo imposible".

Supongo que puede considerarse que Libro del desasosiego es algo así como una especie de diario de ese autor ficticio que es Bernardo Soares. En él va contando alguna anécdota, deja muchas reflexiones, nos regala algún que otro pasaje de gran belleza en los que se nota la vertiente poética de ese autor real que es Fernando Pessoa.

Las reflexiones giran en torno a varios temas, los cuales no voy a exponer aquí por no hacer esta entrada interminable, pero en su mayoría son redundantes, aunque más complementarios o incluso contradictorios (como contradictorios somos todos los seres humanos) que repetitivos.

Así, Soares redunda en el aislamiento, en ese "encontrar la personalidad en el perderla", en esas, que él mismo coloca, "rejas altísimas delimitando el jardín de mi ser, de manera que, viendo yo perfectamente a los otros, perfectísimamente los excluyo y los mantengo otros" porque "los hombres son fáciles de alejar: basta con no aproximarnos a ellos". Surge así esa dicotomía entre la verdadera libertad que es no necesitar de nadie y la necesidad de afecto y comprensión de aquellos otros a los que inconsciente y paradójicamente alejamos de nosotros. Surge así la constatación de que "el único modo de estar de acuerdo con la vida consiste en estar en desacuerdo con nosotros mismos".

Vuelve una y otra vez también al tema de la acción como contraposición a su modo de vida que es el sueño. La vida práctica conduce a la acción que para él es sinónimo de voluntad. Hay, sin embargo, dos cosas que, en su opinión, estorban a la acción: "la sensibilidad y el pensamiento analítico, que no es, a fin de cuentas, otra cosa que el pensamiento con sensibilidad". Y ahí es donde entra en juego el arte, que "sirve de fuga hacia la sensibilidad que la acción tuvo que olvidar. El arte es la Cenicienta que se quedó en casa porque así tenía que ser".

Al hilo de lo anterior, Soares se declara "altamente sociable de una manera altamente negativa. Soy la inofensividad encarnada", apunta. Y es que, y ciertamente, en su cualidad de hombre inactivo, es completamente inofensivo. Actuar, aunque sea con la mejor de las intenciones, es siempre interferir. La interferencia no está exenta de la capacidad de dañar, pues no se pueden prever sus consecuencias. Ante la duda, Soares opta por la abstención. No actúa, luego no daña.

Soares no actúa. Soares sueña. "Soñar es confesar la necesidad de vivir, sustituyendo la vida real por la vida irreal, siendo así una compensación de la inalienabilidad de querer vivir". Soñar, por tanto, renunciar a la vida, no deja de ser otra manera de actuar y de pretender con ese acto lo que pretenden todos los demás, pues, "¿qué es todo a fin de cuentas sino la búsqueda de la felicidad? ¿Es que hay alguien que busque otra cosa?" Tal vez Soares para engañarse respecto a esa felicidad que no encuentra se dice a sí mismo que "es noble ser tímido, ilustre no saber actuar, grande no tener maña para vivir". Tal vez yo me haya engañado alguna vez pensándolo, e incluso lo haya pensado sin pensar que me engañaba.

"En el fondo, no hay otra cosa que mi timidez y mi incompetencia para la vida".


Ficha del libro:
Título: Libro del desasosiego
Autor: Fernando Pessoa
Traductor: Perfecto E. Cuadrado (según nueva edición de Richard Zenith)
Editorial: Acantilado
Año de publicación: 2013
Nº de páginas: 608
ISBN: 978-84-15689-48-5

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