Mi elegido se titula Reparar a los vivos y, paradójica y reveladoramente, tiene por protagonista a un corazón. En la reseña que le dediqué en su día y que si os apetece podéis leer aquí, lo resumía de la siguiente manera: "Reparar a los vivos es la historia de la despedida de Simon Limbres de la vida; es la conmovedora y generosa historia de unos padres a los que se les ha parado el tiempo y no encuentran la manera de dar cuerda nuevamente a su reloj; es la historia de los equipos médicos implicados en la consecución de un milagro; es la historia de quien espera ese milagro; es la historia de unos órganos que esquivaron el golpe de la guadaña de la muerte y es, fundamentalmente, la historia de un corazón que contra todo pronóstico no dejó de latir. Reparar a los vivos es la historia de ese corazón, con toda la simbología que ello implica."
El libro tiene virtudes sobradas para defenderse por sí mismo independientemente del significado personal que tiene para mí, por la forma maravillosa, impecable e implacable de narrar de Maylis de Kerangal, su autora, y por los personajes y escenas que recrea (y aquí tengo que hacer una mención especial a los padres de Simon Limbres pues los llevo ya para siempre conmigo), pero si queréis saber por qué un libro con un argumento tan ajeno a mis propias vivencias me ha tocado tan especialmente, tan sólo puedo volver a citarme a mí misma para explicároslo:
"Al leer este libro he encontrado una emoción en mí que creía perdida, una emoción además que, aunque sabía que existía, no conocía en nadie más. Y al reconocerla en la autora y pensar además que alguien más que pudiera leerlo alcanzara a sentirla me he sentido comprendida y me he sentido menos sola. Maylis de Kerangal me ha reparado con este libro y eso me ha hecho sentirme viva. A pesar de todo lo dejado por el camino."
Esta novela para mí es un amor de toda la vida pero mi encuentro con ella fue todo un amor a primera vista. Me encontré en un blog con su primer párrafo y... zas, se coló en el primer puesto de mi interminable lista de pendientes. Cuando escribí la citada reseña, sin embargo, y aun sintiéndolo mucho, tuve que sacrificar ese fragmento por no hacerla interminable y porque otros se adecuaban más a lo que quería contaros. Esta iniciativa 'tarrolibrera' me brinda por fin la oportunidad de resarcirme. Con las palabras de ese primer párrafo, pues, me despido y os invito a celebrar el amor. Que los latidos de vuestros corazones os llenen de vida y que sepáis admirar el milagro y la belleza de su esencia, que es la emoción que, a mí, me devolvió este libro.
"Lo que es el corazón de Simon Limbres, ese corazón humano, desde que se aceleró su cadencia en el instante de nacer cuando otros corazones se aceleraban a la par, saludando el evento, lo que es ese corazón, lo que lo hizo brincar, vomitar, engordar, danzar liviano como una pluma o pesar como una piedra, lo que lo aturdió, lo que lo hizo derretirse: el amor; lo que es el corazón de Simon Limbres, lo que filtró, registró, archivó, caja negra de un cuerpo de veinte años, no lo sabe nadie con exactitud; sólo una imagen en movimiento, creada por ultrasonidos, podría emitir su eco, mostrar su alegría que dilata y su tristeza que encoge. Sólo el papel calibrado de un encefalograma desenrollado desde el comienzo podría fijar su forma, describir su desgaste y su esfuerzo, la emoción que desata, la energía prodigada para comprimirse unas cien mil veces al día y hacer circular hasta cinco litros de sangre cada minuto, sí, sólo esa línea podría relatarlo, perfilar su vida, una vida de flujo y reflujo, de compuertas y válvulas, de pulsaciones, pero el corazón de Simon Limbre, ese corazón humano, él, se sustrae a las máquinas, nadie podría pretender conocerlo, y aquella noche, noche sin estrellas, mientras caía una helada impresionante sobre el Pays de Caux, mientras un oleaje sin reflejos rodaba a lo largo de los acantilados, mientras la meseta continental retrocedía, desvelando estrías geológicas, emitía el ritmo regular de un órgano en reposo, de un músculo que se recarga lentamente -un pulso tal vez inferior a las cincuenta pulsaciones por minuto- cuando sonó la alarma de un móvil al pie de una cama estrecha y el eco de un sónar que inscribía en palotes luminosos en la pantalla táctil las cifras 05:50, y cuando de repente todo se precipitó."