Revista Libros
Hace poco he leído dos libros que por motivos diferentes (o quizá no tanto) me van a llevar a buscar otros libros con ahínco. El primero es El mes más cruel, una recopilación de relatos de Pilar Adón que me ha conquistado por su prosa delicada y elegante, sus observaciones inteligentes, los temas elegidos y, en fin, por todo. He experimentado una vez más la sensación de haber descubierto a una escritora con la que conecto, que entiende la literatura de una forma que yo, como lectora, disfruto mucho; y no me hace falta leer el resto de su obra para saber que el talento que derrocha en El mes más cruel no es algo ocasional (aunque lo haré: esos son los libros que voy a buscar, los que publicó antes y los que la han influido). El año pasado me ocurrió lo mismo con Elena Ferrante (La amiga estupenda) y Jeanette Winterson (La niña del faro): me maravillaron tanto que no tardé ni tres meses en hacerme con más novelas suyas. Creo que en la trayectoria de cualquier lector hay libros espléndidos que, sin embargo, no provocan esa sed de querer empaparse de todo lo que ha publicado su autor, tal vez porque, aun reconociendo su talento, no se produce esa conexión entre escritor y lector, o esta no es lo suficientemente fuerte como para que el lector prefiera rebuscar en las librerías una novela que se publicó hace diez años en lugar de elegir entre las atractivas novedades de autores desconocidos. Yo misma suelo hacerme listas con los libros que leo cada año y noto que cada vez amplío más el número de autores, pero repito mucho menos con ellos. La tentación de las novedades está ahí; también el hecho de que no resulta fácil encontrar a esos escritores capaces de fascinarnos. Por eso, cuando ocurre, siento una satisfacción tan grande que hasta me apetece compartirlo en una entrada tonta como esta. Pero no solo ha sido Pilar Adón quien me ha entusiasmado en las últimas semanas: la correspondencia de Brigitte Reimann (En la ciudad del mañana) me ha apasionado hasta tal punto que no dejo de lamentarme al ver que solo se ha traducido una novela suya al castellano (y el alemán no se aprende en cuatro días). Este caso es bastante especial porque la lectura de sus cartas me ha convencido de que, además de una persona de una inteligencia brillante, fue una buena novelista. Sé que mi percepción parece arriesgada, puesto que no es lo mismo una correspondencia que una novela. No obstante, las cartas permiten conocer mejor al autor y sus intenciones, y me ha gustado tanto lo que descubierto de Brigitte Reimann que quiero leer su obra, aunque me dé de bruces contra la pared (que no lo creo). Y también estoy decidida a buscar algunos de los libros que ella misma comenta en las cartas; muchos tampoco están traducidos, pero hay grandes clásicos universales que ya tenía en mente leer y esto me ha dado el empujón definitivo. Los libros pueden llevarnos a otros libros, claro que sí. Los del mismo autor, los que lo influyeron, los de sus semejantes. La literatura no es un ente aislado; absorbe y da de forma continua, y estas interacciones marcan la experiencia del lector, sus elecciones, su perfil. Por no hablar de aquellas novelas que hablan de libros, en las que todavía resulta más evidente esta capacidad para conducir al público a determinadas obras (aun así, tengo que reconocer que pese a haber leído unas cuantas creo que nunca he tomado una decisión de compra basándome en los títulos que mencionan. Descubrir un estilo que me gusta tiene un efecto más potente en mí que una simple referencia o recomendación dentro de una novela).