"Algunos los compraste tal vez con los ojos, siguiendo un impulso precipitado y caprichoso, o quizá realmente ansioso por leerlos, pero entremedias sucedió algo imprevisto, o no pasó nada, y ese fue el problema, y el libro quedó flotando en una especie de espacio exterior, lejísimos, libre de gravedad, buscando un cuerpo con el que chocar.Todos los bibliómanos tenemos algún "pasillo de la muerte" en nuestra biblioteca, aunque quizás no adopte esa forma tan poética, a lo mejor es sólo una estantería, una pila o un rincón (bien pensado, "rincón de la muerte" suena también bastante atractivo). Yo distingo entre aquellos libros que compro con el propósito de leerlos, pero que por cualquier motivo permanecen criando polvo en la pila de pendientes durante meses y meses, hasta que algún día acabo por reconocer que no, no los voy a leer en el futuro próximo (ni siendo muy generosa con la distancia que me separa de ese futuro), y aquellos que compro porque siento que he de tenerlos: una nueva edición o traducción de un clásico imprescindible que ya conozco, una obra de esas que "deberías haber leído ya" y que conviene no tener muy lejos por si de repente te ves fulminada por una enfermedad que te impide trabajar o moverte, pero no leer y leer sin descanso (a estas alturas de mi vida, empiezo a sospechar que esas enfermedades no existen; siempre que algo me ha postrado en la cama, el dolor o la fiebre han hecho inviable tan idílico plan). Al final, los libros de ambas categorías acaban un día u otro archivados en la biblioteca general, donde comparten estantería con otros congéneres más afortunados que sí han sido leídos. Así pues, no dispongo de ningún "pasillo de la muerte", aunque la idea está empezando a gustarme. Me evitaría la leve sensación de incomodidad que experimento cuando paso la mirada por las paredes tapizadas de libros de mi biblioteca, esos reproches que parecen salir, como dardos, de unos lomos que -al contrario que sus compañeros- no me evocan ningún recuerdo. Señales de vida, recordatorios de todos los mundos de ficción que aguardan allí agazapados a que me decida a abrirlos. A medida que voy recorriendo con la vista los autores y títulos, cada uno de aquellos volúmenes adquiere un tinte emocional propio: libros que me emocionaron, libros que me dejaron indiferente, libros que detesté (me pregunto por qué no me he deshecho aún de ellos), libros que he releído una y otra vez, libros que apenas son un vago recuerdo, libros que no puedo recordar cómo acaban, libros que contienen personajes inolvidables (casi los veo salir de las páginas)... y, cada tanto, un lomo que no me dice nada, enigmático, frío, cerrado. ¿Sería mejor eliminar estos convidados de piedra y desterrarlos a alguna región oscura desde la que no pudiesen lanzarme sus maleficios? ¿O estoy siendo injusta y sólo me piden, pobrecillos, una oportunidad? Tranquilos, les digo, ya os llegará vuestra hora. Sólo tenéis que esforzaros un poco, abombar vuestro lomo para que sobresalga entre el resto, hacer que vuestro título brille tentadoramente, lanzar irresistibles cantos de sirena que atraigan mi atención la próxima ocasión que ande por ahí a la caza de lecturas. No sé, en verdad, si alguna vez llegaré a leer todos esos volúmenes que ahora me miran, con muda desaprobación, desde mi biblioteca. Pero, como dice Alberto Manguel, "no tengo sentimientos de culpabilidad respecto de los libros que no he leído aún y que quizás no lea nunca; sé que mis libros tienen una paciencia ilimitada y me esperarán hasta el fin de mis días".
Juntos, muy distintos unos de otros, todos esos ejemplares conviven en el pasillo de la muerte, por llamarlo así. Los volúmenes no dialogan entre sí. Tampoco se relacionan apenas con su dueño, que hace mucho tiempo que dejó de reparar en ellos. Solo de vez en cuando, casi por accidente, se queda mirando algún título, y se dice "esto tendría que leerlo un día", o peor, "debería deshacerme de esta porquería". Pero va posponiendo sus promesas, como todo en la vida."
Revista Cultura y Ocio
Libros que pienso leer algún día (tal vez muy lejano)
Publicado el 05 noviembre 2016 por Elena Rius @riusele
Los japoneses tienen un término específico, tsundoku, para designar la compra de libros que no vas a leer (la lengua japonesa, al parecer, es capaz de acuñar palabras para designar estados o condiciones que nosotros los occidentales ni imaginamos, como hikikomori, esos chicos que se encierran en su habitación, prescindiendo de todo contacto con el exterior). Sin embargo -tal vez por mi desconocimiento del japonés- a mí me parece más sugerente en este caso una expresión propuesta por Juan Tallón en uno de sus brillantes artículos: "el pasillo de la muerte":