Revista Coaching

Líder-tiones... 2

Por Antonio J. Alonso Sampedro @AntonioJAlonso

Líder-tiones... 2

Capítulo III

(viene de Líder-tiones... 1)... El primer día quise acudir al Palacio de Justicia de Nueva York caminando toda la avenida Broadway hacia el bajo Manhattan, justo hasta un poco más allá de la calle Canal. Algunos kilómetros que me sirvieron para reflexionar por última vez sobre cuál sería la mejor actitud que debería adoptar durante todo el proceso judicial para afrontar la que, en mi vida quizás, fuera la mayor prueba de responsabilidad. Al llegar, pude leer… “UNA VERDADERA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA ES EL PILAR MÁS FIRME DE UN BUEN GOBIERNO”, que solemne lucía grabado en el frontispicio de la fachada neoclásica de aquel imponente edificio de granito hexagonal. Por supuesto, no tuve nada que objetar, excepto que en ese momento y junto a otros ciudadanos más, sería yo quien la debería administrar sin ser un juez profesional, lo que podía condicionar su acertada imparcialidad.

Los días que duró la vista, sentado en un lado de la sala 228 junto a los otros once jurados, tuve la oportunidad de comprobar cómo la vida se puede mirar desde una sola perspectiva con independencia de su veracidad y llegar a parecer muy real. No me resultó difícil constatar que unos hechos desconocidos se querían presentar como ciertos en un encadenamiento sorprendente de pruebas que apuntaban todas hacia la culpabilidad poco más que indiscutible, pues ni el abogado defensor fue capaz de cuestionar su autenticidad. En aquellas largas jornadas y por más que en mi intención estaba el no precipitar un juicio anticipado hasta discutirlo luego en la sala del jurado con los demás, no era capaz y en mi mente centelleaba la palabra “culpable” sin que yo lo pudiera evitar. Me encontraba preso de unas supuestas evidencias detrás de las cuales no era fácil mirar y por eso mismo, ante aquella obligada dificultad, algo en mí se comenzó a rebelar.

Y así hasta llegar al final, cuando el juez nos recordó que el homicidio con premeditación es la acusación más grave contemplada en la legislación y que bajo nuestra responsabilidad quedaba el separar lo falso de lo real, tras lo cual y siempre por unanimidad cualquier duda razonable sobre la culpabilidad del acusado nos obligaría a emitir un veredicto de inocencia o en caso contrario de culpabilidad. Culpabilidad a la que correspondería una sentencia de pena de muerte que, sin posible piedad, tarde o temprano se llegaría a ejecutar.

Oculto para mí hasta entonces, tuve que esperar a esas escalofriantes últimas palabras del juez, recitadas desde la aséptica y cansina rutina de quien cientos de veces las había llegado a pronunciar, para encontrar aquel firme pilar en el que debería apoyar mi angustiosa responsabilidad: la duda razonable sería mi guía para valorar, dialogar y votar cuantas veces fuera necesario o al menos, siempre que la conciencia me lo viniese a demandar... (seguirá en Líder-tiones... 3)


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