Es comúnmente aceptado que la política es de las pocas profesiones para las que no se considera necesario contar con preparación alguna. Lo mismo es así, y va a resultar que una carrera universitaria o veinte no son la cualidad definitiva de un buen estadista. Lo que sí necesitamos es liderazgo político.
Y en los últimos años es lo que precisamente no hemos tenido: Líderes que nos muestren el camino y sean el espejo en que mirarnos en estos tiempos de verdadera incertidumbre.
Hace demasiado tiempo que en la política, fiel reflejo de la sociedad en un determinado momento histórico, imperan la inmediatez y el postureo. La planificación, cordura y tranquilidad que se consideraban virtudes en un buen gobernante, que tanto se predicaron en los más audaces estadistas del pasado, han dado paso incluso a una cierta locura. Lo mismo que nos pasa con los profesionales del arte y la cultura, hasta con los cocineros más afamados, nos dejamos seducir por ese tipo de políticos rompedores que nos venden una imagen y cuatro frases, a veces hasta chabacanas, antes que una propuesta de gestión.
Esa apariencia de poderío y esa fachada aparecen como garantía de futuro. La única que nos pueden ofrecer.
Seducidos por las series de televisión que ensalzan los peores vicios del poder, aceptamos que la política es un festín preparado para que nos hartemos de comer pipas, en el que las figuras emergentes son hasta extravagantes, pavos reales deseosos de gustar y sentirse gustados, que compiten entre sí a ver quién suelta la mejor y más grandilocuente sentencia repleta de nada.
La ciudadanía, harta de recibir palos, reniega de las viejas estructuras del poder y se identifica con el riesgo y el descaro, con aquel o aquella que huye de la corrección y se ofrece como única alternativa para romper moldes y derribar estructuras. Y todo obedece a que esa "vieja" política está en plena crisis de credibilidad. Si ya no confiamos en el político es precisamente porque se alejó de aquello que la gente de la calle considera importante. Se corrompió.
Estoy cansado de esos políticos que pretenden ser graciosos, como también de aquellos que viven permanentemente enfadados. Lo que quiero es que empaticen conmigo cuando la situación no sea buena, y que me aporten unas palabras que me reconforten, junto a una solución razonable que vamos a intentar juntos.
Yo anhelo contar con políticos que vayan más allá de los caracteres de un tuit y se marquen como objetivo mejorar nuestra sociedad, ayudar a nuestra gente.
Los manuales a la vieja usanza están repletos de posibles virtudes que, se supone, ha de reunir un líder político. Pueden cambiar de nombre, ser cuatro o ser nueve, pero todas reproducen un patrón casi invariable, que pueden predicarse también del empresario de éxito, del militar, del docente... De cualquiera que tenga la responsabilidad de liderar un equipo:
Credibilidad y entusiasmo, entendidos como capacidad de proyectar energía y generar confianza.
Capacidad de trabajo, que conlleva la facultad de ponerse el primero delante del equipo y saber delegar, reconocer los méritos de los demás, y asumir los fallos ajenos como propios.
Firmeza y resolución en la toma de decisiones. Autoridad frente a autoritarismo. Ejemplaridad frente a corrupción.
Honestidad y transparencia. Dejemos ya de tomar a la gente por tonta y contemos con franqueza qué se puede hacer, por qué el mundo que nos rodea es tan endiabladamente difícil, por qué es importante ahorrar y contribuir al bien común.
Desarrollar una visión global, esto es, ser capaz de leer las necesidades de la comunidad y anteponerlas al interés particular y partidista.
Capacidad para generar resultados a corto plazo sin dejar por ello de planificar.
Habilidad para dialogar y ser asertivo, saber entender a los demás y dialogar con todos, también con el adversario, desde la reflexión y la empatía.
En definitiva, nuestros gobernantes y su legítima oposición tienen que aprender a escuchar, colaborar y tomar decisiones enfocadas en el bienestar general. Se nos va la vida en ello.
Esos dirigentes de los que hablo tienen que ser capaces de proyectar un liderazgo potente para que nos miremos en ellos. Las agallas que reclamamos de nuestros políticos no pueden reducirse a dos frases para la galería. Ese liderazgo es precisamente el que tiene que hacerles entender que no necesitamos que se nutran del enfrentamiento y la polarización de la sociedad, del divide y vencerás, sino que nos integren en un proyecto común que nos ilusione.
Y... No te olvides de Ucrania. Paz para el mundo.