Revista Viajes
Otro maravilloso día amanecía en el paraíso. El Oosterdam fondeó en la Bahía de Santal frente a Easo, la pequeña población que se encuentra junto al embarcadero. Las vistas que ofrecía la costa de la Isla de Lifou , perteneciente a Nueva Caledonia, nos dejaron boquiabiertos. Una espesa selva de un profundo color verde daba paso primero a unas playas de arena blanca de origen coralicio que eran bañadas por unas aguas de un increíble color turquesa, que en conjunto creaba la imagen más cercana al paraíso que jamás hubiéramos podido contemplar. Estábamos en las Islas de la Lealtad. Nuevamente el Pacífico Sur nos volvía a regalar otro soleado y caluroso día, y ese sol se encargaba de sacar la mejor paleta de colores de la Isla de Lifou, isla que es el mayor atolón del mundo. Nosotros por nuestra parte ya habíamos desayunado y estábamos a la espera de poder desembarcar del Oosterdam, cosa que pudimos hacer con bastante rapidez ya que todos los tender del barco los botaron con prontitud. Ya sólo quedaba prepararnos para explorar la maravillosa Lifou.
Los turquesas más intensos que uno pueda imaginar pintaban las orillas de la Isla de Lifou, y esas tonalidades eran bien visibles en los aledaños de la población de Chépénéhé, presididas por su iglesia colonial del siglo XIX. Una vez embarcados en el tender, un proceso bastante ágil como suele ser habitual en Holland America, nos alejamos de su casco azul marino en busca del embarcadero de Easo. Habíamos puesto el pie en el archipiélago de las Islas de la Lealtad y el día prometía mucho.
Y esa promesa de sensaciones y experiencias para nuestros sentidos en Lifou comenzó a materializarse nada más pisar tierra. Una hermosísima playa, en esas primeras horas totalmente desierta, con grandes rocas que parecían un decorado, fina arena blanca, aguas turquesas cristalinas y vegetación y palmeras a pie de la misma nos trasladaron de golpe y porrazo al paraíso en la tierra. Y pensamos que ésto sólo sería el comienzo de nuevas experiencias.
Y ciertamente así fue. No habíamos acabado de digerir tanta belleza cuando un nutrido grupo de niños, ataviados con ropas y adornos al estilo de los pueblos del Pacífico Sur, nos vinieron a recibir para darnos la bienvenida. Y es que no es demasiado habitual que los cruceros recalen en estas remotas islas que quedan al margen de las saturaciones a las que se ven sometidos otros lugares tropicales del planeta. Y es que el turismo por tierra también es verdaderamente escaso en Lifou, y poca gente se acercan por ferry a esta preciosa isla, exceptuando algunos mochileros. De ahí la escasa oferta hotelera de la isla que en realidad se reduce a unas pensiones, tres o cuatro nada más, y unos pocos restaurantes....o algo parecido.
Este gran recibimiento del que fuimos objeto por parte de los niños de Lifou nos regaló unas espectaculares escenas llenas de color y vistosidad, y además en un marco incomparable. Una preciosa vivencia que perdurará en nuestra memoria.
Con los cánticos y canciones todos a coro y al unísono nos daban la bienvenida. Inmediatamente mi memoria me trasladó a aquellas películas antiguas ambientadas en los mares del sur, y a las canciones de los nativos polinesios con sus símbolos pintados en sus cuerpos y sus adornos de paja y flores. Y es que la gran mayoría de las tribus de Lifou (hay más de treinta distintas) parecen y son de origen polinesio, en contraposición a la Gran Isla de Nueva Caledonia.
Entre el poblado de Easo y el embarcadero, una cabaña comunal que hace las veces de mercado estaba montada a modo de mercado de productos artesanales. Desde esculturas y tallas de madera a pareos pintados a mano, todos tenían cabida en los puestos instalados en su interior en los que los objetos hechos a mano predominaban. Lo más sorprendente quizás sean los precios, muy elevados para una pequeña isla del archipiélago de la Lealtad en mitad del Pacífico Sur. Y si a esos altos precios unimos las trabas e impedimentos de las autoridades australianas a la hora de introducir en el país artículos hechos en madera, decidimos guardarnos los dólares australianos para otra ocasión más adelante.
Este vendedor lifoense (desconozco si este es el verdadero gentilicio de los habitantes de Lifou), a parte de ser un tío encantador y simpatiquísimo, me recordó a los "Mahu" tahitianos que ya describió en su momento Paul Gaugin. Son hombres de apariencia afeminada, aunque no está muy claro si es por naturaleza o si es un rol de educación social como ocurre en otros muchos lugares del mundo. Lo que si que es cierto es que era un gran embaucador y tenía una labia increíble, y que además se quedaba con todos los turistas que se acercaban.
La pequeña aldea de Easo se encuentra situada casi a pie del embarcadero del mismo nombre. A penas formada por unas cuantas casas hechas de madera y tejados de hojas de palmeras, y con unos cuidados y hermosos jardines. La vida aquí estoy convencido que transcurre pausada y apacible, y las gentes eran verdaderamente amables y cercanas, siempre con una sonrisa en el rostro. No tuvieron ninguna objeción a que deambuláramos por el poblado, e incluso pude visitar el interior de una de las cabañas y ver cómo era la vida en el interior de las viviendas. La nobleza y la sencillez es sin duda uno de sus rasgos más destacables.
A media mañana las viviendas se encontraban vacías, y los colchones recogidos contra la pared de las cabañas. Los niños en la escuela (con el pequeño receso que hicieron para el recibimiento del crucero), y los adultos en sus quehaceres diarios, que ese caso incluía a las mujeres en tareas de intendencia doméstica como tender la ropa para secarse al sol entre otras, y a los hombres en busca del sustento diario, al menos es lo que yo suponía al no ver ninguno en el poblado.
Por nuestra parte, continuamos por una camino forestal que discurría en mitad de la espesa selva de palmeras y frondosos árboles que puebla una gran parte de la superficie de la Isla de Lifou. Una caminata agradable por la cantidad de hermosas flores tropicales y la sombra que proporcionaban los árboles, y que nos daba una pequeña tregua del sol de justicia que a esas horas pegaba de una forma implacable. Hasta que llegamos hasta el final del camino, y para continuar ya casi se necesitaba un machete. Y tampoco era cuestión, así que decidimos acercarnos a una playa y darnos un chapuzón en esas aguas tan turquesas.
Este rincón esquinado parecía muy apropiado. No había casi nadie (al menos de momento), tenía unas vistas formidables del Oosterdam, y el rincón parecía un decorado de una película. No necesitábamos buscar más, aquí nos instalamos.
Y en este trozo del paraíso pudimos estirar nuestras toallas y relajarnos a la sombra de las palmeras. Especial cuidado hay que tener con la elección de los lugares de sombra bajo las palmeras, ya que la caída de los pesados cocos causan muchos accidentes (algunos con resultados fatales) al cabo del año. Además para rematar la maravillosa mañana, durante los chapuzones en las cálidas aguas de Lifou nos vino a visitar una tortuga marina para deleite mío y de algunos de los escasos bañistas que a esas horas se refrescaban en las cristalinas aguas. Lástima no haber dispuesto en ese momento del equipo de snórkel. Tendríamos que esperar a llegar a Vanuatu y a Fiji para disfrutar del buceo y de los cientos de peces en los increíbles arrecifes de coral.
El Oosterdam fondeado en las aguas de un azul más profundo en Lifou
En la Isla de Lifou pequeños poblados salpican sus costas y bordean sus playas.
Este amiguete de ojos saltones pasó una mañana poco afortunada y acumuló mucho estrés en su duro caparazón. Seguramente no imaginaba cuando despertó que unos monstruos bípedos (osea se...yo mismo y algún que otro bañista ocasional) le iban a marear, coger con las manos, vapulear y fotografiar sin parar. Después de tanto sobresalto lo trasladé a un lugar más tranquilo entre las rocas para que pudiera relajarse.
Esto es "pura vida" como dirían los costaricences. Yo simplemente diría: "esto es vida".