Lima de antaño.
Lima, perpetua soñante de los donantes de tus días, gracias a ellos aún te mantienes con vida. Con algunas de tus calles sin líneas y negras, escuchas a quienes reniegan de esta reencarnación que les ha tocado, maldiciéndote vía tras vía.
Para unos fea, para otros como yo, sueles verte bella, con emolienteros desde la mañana, adornando tus veredas, cual si fuesen aretes para tus célebres pistas, parafraseando su fiel oración de buenos días: «lleve su pan con pollo». Y mientras los trabajadores se enfrentan a ti, el alimento de los Incas sigue estando en sus seres: ¡bendita Quinua! Sagrada Quinua, devuelves el alma a quienes no se dan cuenta de dónde están parados, sino hasta beberte por completo. Das aliento, eres memento de sus padres y abuelos.
Al medio día, sonríes, ¡oh, curiosa Lima!, y mis lunares se vuelven vistosos. Me sonrojo por momentos, el peso a veces afecta al de poco movimiento. Luego, camino; ¿seguiré uniendo mis hilos? Quizás. Otro día en tus calles es un jarabe a veces amargo, pero necesario. El tráfico me empieza a enojar. Suena el claxon. Bienvenida, primavera, ¿qué tal?
Mientras la sonrisa de mi primavera comienza a desaparecer, sus duendes y la oscuridad que los acoge se van abriendo camino, mismos que comienzan a danzar, haciendo travesuras a quienes de ellos acostumbran a dudar ¿Se pierde el control de tu TV? ¿Algo aparece en donde no recuerdas haberlo dejado? Quizá sea esta la razón, mi estimado lector: un duende te visita, ya no te sientas solo, no lo estás.
¿Ya hace hambre? Es noche y una salchipapa donde La Tía Veneno será la que llene mi vacío estomacal.
