CUIDADO del medio. Cuidado del otro. Cuidado de sí mismo. ¿Pero cuáles son los límites del cuidado? Es una pregunta que me hice releyendo este verano algunos relatos de Kafka, como La metamorfosis, o la historia de lo que le pasó a Gregor Samsa cuando se vio transformado en insecto. La conversión en insecto -impremeditada, real- transforma las relaciones de Gregor con su familia, pero también con su casa, con su habitación, con sus cosas. La conversión en insecto lo obliga a protegerse de manera distinta y a ensayar nuevas posturas y acciones que lo ponen en un nuevo escenario. Nada de lo que sabía como humano le sirve para comportarse como insecto. Se encuentra renaciendo en un mundo desconfiado y hostil, que no puede saber nada de lo ocurrido y que va a acabar renegando de cualquier forma de convivencia entre seres de diferente naturaleza. Somos cuerpo, y el cuerpo nos transforma, nos reúne, nos agrupa, generando vida y convivencia. Pensamos maneras de convivir y cuidarnos juntos, modos de llegar a acuerdos y evitar disputas, porque primero nos sentimos semejantes y nos sabemos con dos ojos, dos piernas y un tronco, y queremos acercarnos más, quizá para tocarnos, quizá para cuidarnos, quizá para decirnos algo al oído. De otro modo, convertidos como Gregor en insectos y conscientes de esta conversión en un mundo humano, nos abocamos a la incomprensión, la persecución y el horror.