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Limpiare/parlare/morire (I)…

Publicado el 09 marzo 2014 por Francissco

limpia

Había llegado otra vez Juana Comadre: exhuberante como una maníaca y saludando a la gente con entusiasmo, preguntando detalles personales y observando mientras respondían. La vida de todos le resultaba importante y, de hecho, la conocía con un nivel de detalle casi obsesivo.

Juani, la señora de la limpieza, llegaba todas las tardes y tomaba por asalto la plaza de las vidas ajenas. Bastaba percatarse de aquellos ojillos que ponía cuando escuchaba novedades para advertir que había llegado alguien muy peligroso, cosa que pocos parecían notar salvo Enrique, un administrativo y Rafael, el vigilante que entraba de tarde/noche.

Juana Piquer ya se había adentrado en la cincuentena y era divorciada y con una hija abogado, detalle este que era imposible desconocer si habías hablado con ella aunque tan solo fuera un ratito, aguantando por milésima vez la propaganda dedicada a la abogada que la hija era pero ella no. Juani agredía a los simples administrativos de la oficina, frotándoles por la cara el status de su hija, al parecer tan repelente y nociva como la propia madre.

Enrique procuraba quitársela de encima con evasivas mientras aporreaba el teclado, con prisa ya por acabar y marcharse. Estaba convencido de que muchos de los fallos que le reprochaban al día siguiente eran por culpa de aquella charlatana odiosa, que ponía a prueba su concentración y energía mental. Como ella no tenía que alimentar ningún ordenador podía concentrarse a placer en sus charlas infectas, todas ellas llenas de gente más torpe y menos afortunada que ella.

Si bajabas la guardia y eras tan cándido como Miguela, la de Comercial, a la que muchas veces se le escapaba un  incauto “ya, ya…” mientras la oía, recibías un aluvión de detalles absolutamente insoportable y con efectos letales para tu psique.

Su mente funcionaba de forma curiosa. Si te quería contar que había visto un árbol, primero te describía la textura del camino desde su casa hasta el puto arbolito, acompañada de descripciones del cielo, etc. El resultado es que muchas veces se olvidaba del árbol-destino y se preguntaba “Ay ¿y porqué contaba yo esto?”.

Lo que al principio era gracioso después resultaba torturante, como pensaba Rafael. A la hora después de llegar Juani marchaban todos a casa y el se quedaba con ella en las oficinas, situadas en una factoría industrial de cierto tamaño. Las tareas de limpieza continuaban de noche, con los dos solos y juntitos. La  imposibilidad de librarse de aquella alimaña chismosa le carcomía la moral. Tenía un trabajo que le gustaba hasta que un buen día despidieron a Lauri, una veinteañera salerosa, y trajeron a aquel horror parlanchín.

-Qué ¿Como se puso el jefe de planta cuando se enteró de que te dejaste encendidas las luces de marquesina al marcharte por la mañana? -le soltó Juani a Rafa con expresión atenta.

Rafa sabía bien lo que venía después de una pregunta de Juani. Cuando empezabas a contestarle lo que fuera, Juani no podía reprimir un tic facial; en efecto, arrugaba la expresión y achicaba los ojos. “Cara de mona lasciva”, como se reían Rafa u otros al comentarlo.

-No, no se me olvidaron las luces, joder. Eso solamente pasó una vez y ya hace años, además. -Así le contestaba, pero advertía que ella sabía el detalle porque alguno de los otros se lo había contado. Resultaba ser una fuente de información, cierto, pero era una fuente nociva. Te contaba con ganas lo ajeno, pero también sabías que si tú le revelabas algo lo sabrían todos bien pronto.

Aquella noche en particular, Rafa se encontraba mal. Los turnos de noche le perjudicaban el sueño y esa jornada en particular estaba reventado…

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¿Como continuará todo amigos míos? Ah, solo leyendo El Vórtice lo sabréis…(yo incluido)

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