No conocí a Lina Morgan. Coincidí en dos o tres ocasiones con ella, pero jamás la entrevisté ni hablé con ella, así que nada puedo decir de ella desde un punto de vista personal. He de confesar que tampoco estaba entre mis artistas «favoritas»; pero sí que sentía una profunda admiración y simpatía. Imagino que Lina Morgan eligió darle al público lo que quería, y eso la llevó a «limitarse» artísticamente, para interpretar en sus últimos años de carrera una y otra vez el mismo papel. No soy el único que piensa que nunca terminó de desplegar sus alas como actriz. Pero fue su decisión, y no cabe duda de que en lo suyo fue la mejor y que el éxito la acompañó durante toda su vida artística.
Hace unos años, Juan Carlos Pérez de la Fuente, entonces director del Centro Dramático Nacional, se inventó un ciclo de monólogos, titulado «Confidencias», para inaugurar la Sala de la Princesa del Teatro María Guerrero. Los textos estarían basados en las propias vivencias de los intérpretes. Pérez de la Fuente quiso tener a Lina Morgan para dicho ciclo, y en principio ella estuvo de acuerdo. Incluso José Luis Miranda esbozó un texto. Pero la actriz, finalmente, no se atrevió y aquel espectáculo no llegó a hacerse; una auténtica lástima.
Los últimos años de Lina Morgan han estado rodeados de un secretisno que, desde fuera, parece impropio de una mujer que siempre exhibió sinceridad y naturalidad. Pero no es más que una impresión, naturalmente. Una de sus grandes amigas, Concha Velasco, me confesaba ayer que lo que más le dolía era no haberla podido acompañar en estos últimos meses de enfermedad.
Quiero compartir con vosotros este texto que he publicado hoy en ABC, titulado «Gracias por venir».
Era la frase con la que terminaba todas sus comedias, uno de sus sellos distintivos. Hoy en día es imposible en España decir esas tres palabras -«¡Gracias por venir!»- sin canturrearlas como lo hacía Lina Morgan sobre el escenario del teatro de La Latina. A verla actuar acudieron cada día durante años miles de españoles en laica peregrinación, para la que se fletaban autobuses desde todos los rincones del país. Buscaban una mueca rizada, un cruce de piernas inverosímil o un absurdo bizqueo que sacara de sus entrañas una carcajada, feliz y libre de complejos. Buscaban la complicidad de una artista cercana, tanto que la consideraban una más de la familia: «Te hemos traído unos choricitos del pueblo, Lina, a ver cuándo te dejas caer por allí; prueba esta tarta, la hicimos ayer expresamente para ti». Ayer, sobre el escenario del teatro de La Latina, en el silencio respetuoso parecía volver a escucharse aquella frase que tantas veces cantó Lina Morgan: «¡Gracias por venir!».
La RAE tiene varias definiciones para la palabra popular: «Perteneciente o relativo al pueblo», «que es peculiar del pueblo o procede de él», «que es estimado o, al menos, conocido por el público en general». En todas ellas encaja Lina Morgan, una mujer esencialmente popular, una actriz que se inventó a sí misma y que se expresaba con sonrisas, risas y carcajadas. Una actriz a la que no le importó el desprecio de ciertas «élites intelectuales» abrazadas a la negrura y la intensidad. Y una mujer que, por desgracia, se ha marchado en silencio y soledad, sin poder escuchar su última ovación.