Pedro Paricio Aucejo
El próximo mes se cumple el 505 aniversario del nacimiento de santa Teresa de Jesús. En esa fecha del siglo XVI, Europa ostentaba la supremacía del mundo gracias a los descubrimientos geográficos de españoles y portugueses. En nuestra nación –regida por Carlos I (1516-1556) y Felipe II (1556-1598)–, el ambiente social estaba presidido por la exaltación de la honra, los títulos nobiliarios y la figura del rey; las estructuras religiosas eran ostentosas y la devoción popular se hallaba presente en todos los ámbitos de la colectividad; por el contrario, la cultura básica se reducía al aprendizaje de la lectura y la escritura, siendo accesible tan solo a una minoría, de la que la mujer no solía formar parte.
Castilla no era una excepción dentro de este escenario nacional, como tampoco lo fue Ávila, una de sus poblaciones más importantes, que, ceñida por el pétreo recinto de su fortificación medieval, reflejaba todavía en aquel siglo su papel clave desempeñado en la reconquista de la península. De ella seguían saliendo combatientes para las guerras de África, Navarra, Italia y las Indias. Mientras que los palacios y casas blasonadas daban fe de su secular historia caballeresca, los edificios religiosos eran signo de su arraigada tradición espiritual. Sin embargo, desde la caída de Granada en 1492, su ambiente de piedad se vio enrarecido por las fuertes tensiones entre cristianos, moriscos y judeoconversos, quienes tanto ellos como sus descendientes no podían ocupar puestos sociales de relevancia.
En esta ciudad, en el barrio de santo Domingo, en la residencia familiar de la Casa de la Moneda –viejo caserón que, en aquel momento, ya no cumplía las funciones de ceca– nació, a las cinco de la madrugada del miércoles 28 de marzo de 1515, Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada, que, con el paso del tiempo, tomaría el nombre religioso de Teresa de Jesús¹. Su familia paterna tenía raíces en Toledo, mientras que la materna era originaria del municipio vallisoletano de Olmedo.
Su padre, don Alonso, nació hacia 1480, trasladándose a Ávila a finales de siglo. En 1505 se casó con doña Catalina del Peso, que falleció en 1507. Dos años después, contrajo nuevas nupcias con doña Beatriz de Ahumada, nacida en 1495. La boda se efectuó en el municipio abulense de Gotarrendura, que sería también el lugar en el que, muy joven todavía, moriría la madre de santa Teresa cuando esta contaba catorce años, enviudando una vez más don Alonso. Este, a sus cuarenta y ocho años, tuvo que hacerse cargo de los numerosos hijos que moraban aún en casa (María, de su primera mujer, y los siete chicos –Agustín, Antonio, Hernando, Jerónimo, Lorenzo, Pedro y Rodrigo– y las dos chicas –Juana y Teresa– de la segunda), pues el primogénito de su familia –Juan– ya había partido para Italia, donde moriría poco después². Todos ellos recibieron la iniciación cultural de su época por lo que respecta al aprendizaje de la lectura y la escritura.
Don Alonso fallecería en diciembre de 1543, a los 63 años, después de ejercer como mercader de paños y comestibles en Ávila, así como de administrador de las posesiones y labores agrícolas y ganaderas de Gotarrendura, aportadas como dote por doña Beatriz. Durante su soltería, don Alonso hizo vida de judaizante en Toledo, al igual que su familia paterna, por lo que, siendo ya todos judeoconversos, fueron penalizados por la Inquisición a finales del siglo XV. Tuvo apetencia por el título de hidalguía, que anheló para obtener una ejecutoria que encubriese la presunta mancha de su origen familiar, zanjara su limpieza de sangre y le eximiese del pago de tributos.
Su perfil personal fue el de un hombre recto, amigo de la verdad, honesto, caritativo con los necesitados y los numerosos empleados con que contó, socialmente bien orientado, aficionado a la lectura de buenos libros y contrario a las novelas de caballería, por las que mostraba inclinación su mujer Beatriz. Esta, además de joven, era hermosa, honesta, inteligente, hacendosa, de precaria salud, sufrida, recatada, apacible, caritativa con los pobres y volcada en sus hijos, a quienes formó en las virtudes cristianas.
De la generación de sus abuelos, la que llegaría a ser Doctora de la Iglesia solo conoció a su abuela materna, Teresa de las Cuevas. En cuanto a sus hermanos, formaron dos grupos diversos pero bien avenidos, al menos hasta que, al quedar huérfanos de padre, se produjeron los desencuentros con motivo del reparto de la herencia, que dejaron honda impresión en la vida de la descalza universal. Poco a poco, con la muerte del mayor –Juan–, los matrimonios de María y Juana y la diáspora de los restantes varones rumbo a América, se fue dispersando así la numerosa familia de origen de la monja castellana.
¹Cf. ÁLVAREZ, Tomás, “Teresa en familia”, en Santa Teresa en 100 fichas, disponible en <https://www.teresavila.com/santa-teresa-en-100-fichas/teresa-en-familia> [Consulta: 15 de enero de 2020].
²La información fidedigna sobre los hermanos de santa Teresa de Jesús es todavía hoy un asunto controvertido, dadas las dificultades para establecer con exactitud todos los datos al respecto. En mi caso, he ofrecido una exposición de las circunstancias generalmente aceptadas. Para un estudio pormenorizado sobre el estado de esta cuestión, cf. PÉREZ GONZÁLEZ, María José, “Los hermanos de Teresa de Jesús”, disponible en <https://drive.google.com/file/d/0B-MfH1PXSMx9OWhHLXNFN2JtZ1U/view> [Consulta: 21 de enero de 2020].