15/05/2012 5:03:44
Aunque es habanero se considera santaclareño, porque llegó a esta ciudad —para quedarse— a los cuatro años de edad, Linares, como se le conoce en el gremio de caricaturistas, asegura que al dibujo se siente ligado desde su génesis.
Para ilustrar que el mundo de las líneas es suyo cuenta: «Según mi mamá las paredes de su útero estaban llenas de mis trazos». Y como a eso estaba destinado fue uno de esos niños que hacen del dibujo su mejor pasatiempo y en la escuela se destacó por la calidad de sus trazos. El padre se encargó de guardar y clasificar los dibujos del niño. De muchacho, mientras cumplía con el Servicio Militar, le dieron la posibilidad de formarse en la Escuela Provincial de Artes Plásticas Leopoldo Romañach.
Estudiaba en la noche y, con avidez, aprehendía todo de sus maestros: Juan Orlando Torres Martínez, prestigioso escultor y pintor santaclareño; Zaida del Río, Flavio Garciandía….
Fue en esa época cuando conoció a los integrantes de Melaíto —suplemento humorístico del periódico Vanguardia—, quienes también cursaban la Romañach. El vínculo con Ajubel, Panchito, Roland y Pedro Méndez, director de la publicación, lo enrumbó profesionalmente. Fue este último quien le dijo: «En Melaíto tienes una mesa de dibujo para cuando te desmovilices de las FAR».
Así sucedió. En 1975, con 20 años de edad, estaba «a prueba» por tres meses en esa publicación villaclareña, creada en 1968 como un suplemento de información sobre la zafra azucarera. Pasada la prueba, el joven quedó fijo en su primer y único empleo: caricaturista editorial.
De los inicios recuerda cuánto se sudaba para reflejar de forma amena aquellos años marcados por la caña de azúcar.
Melaíto, caracterizado por el humor costumbrista, encontró en Linares un exponente de este arte. En cambio, Linares se siente satisfecho en la publicación, allí donde el reducido grupo conforma una familia.
Los trazos del mulato son limpios, y su dibujo es calificado por algunos de preciosista.
No lo niega, prefiere las caricaturas sin textos y el humor erótico. Acepta que: «Hacer humor sin palabras exige más. Debo ir a la escenografía del lugar, recrearme en pequeños detalles para que el mensaje llegue».
El solo hecho de ser reconocido por los lectores, de que sus dibujos gusten, parece ser la máxima aspiración de este cincuentón con talento también para los pinceles. Poco se conoce su obra como pintor pese a tener «tremenda mano» y ser un excelente paisajista.
En el período especial colaboró con Tele Cubanacán, y entonces Linares «dio la cara» al público. Allí hacía la caricatura personal del artista nacional o internacional a quien estaba dedicado el programa.
La era de la digitalización llegó demorada a su vida. Necesitó tiempo para conquistar a esa novia suya que es la computadora. No es de los que la prefiere compartida, por eso solo cuando pudo disponer de ella de forma indefinida se abrió a la tecnología. Como muchos, ve en photoshop una herramienta útil que sigue explorando.
Reconoce estar influenciado por Quino: «Empecé observándolo. Me gustaba su manera de tratar la idea de forma reflexiva, incisiva, ese humor sin palabras con que exponía las cosas para que la gente lo interpretara».
En estos casi 40 años de labor artística ha realizado una decena de libros de humor gráfico e historieta. Obras suyas han sido incluidas en varios libros colectivos. Ha participado en más de 50 exposiciones colectivas y personales. Cierto es que últimamente no suele concursar, pero en su carrera acumula unos 40 premios nacionales y cuatro internacionales.
«Para crear, precisa, se necesita de un buen estado de ánimo. A veces un tumulto de ideas llegan de golpe, que casi no da tiempo ni de anotarlas, en otras ocasiones la idea hay que pensarla, elaborarla más.
«Hay muchos jóvenes talentosos con un gran dibujo, pero me preocupa que hay una tendencia al humor frío; la cuestión cubana, la picaresca, esa onda del costumbrismo, se ha perdido. Me gustaría dejar mi legado a esos jóvenes para que el criollismo de Melaíto continúe».
Tres son los hijos de Linares: Yohanna (sicóloga), y los jimaguas Adalberto (carpintero) y Dayana, «Mejor dibujante que yo, pero que no se interesa por las artes plásticas».
A solo días de cumplir 57 años, una motivación especial marca su vida: su nieta Chantel María, esa a quien llama cada mañana para comenzar bien el día.
Por ella recorre con frecuencia los 26 kilómetros que separan a Santa Clara de Camajuaní para, junto a la pequeña, volver a la infancia y, así sobre el suelo, rodeado de juguetes y colores, pintar la vida.
(Fuente: CMHW / Juventud Rebelde)
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