Las masas que se aglomeran para abuchear, y agredir si les dejan, a los acusados que van ante el juez muestran tal odio que los lincharían con la venganza de quien ve en ellos a sádicos asesinos de sus hijos.
Hay justicieros que viajan para perseguir a las figuras más conocidas, como aquellos verdugos voluntarios que iban de cadalso en cadalso esperando que el titular se acobardara a última hora.
Masas más ideologizadas van a las sedes de algún partido político, especialmente el PP, a acosar a sus militantes e incluso a sus viviendas, a asediar a sus familias, hijos incluidos.
Quienes disculpan estas “reacciones populares”, alegan que los acusados o los políticos han robado a la sociedad que sufren expresiones lógicas de ira, como si no existieran leyes y jueces para impartir justicia e impedir los linchamientos.
Esos seres aulladores son el origen de terribles dramas. De tenerlos, desenfundarían cuchillo y pistola para atacar por la espalda a quienes les disintieran.
Son el populacho espontáneo de las guerras civiles que cuando alguien repele su agresión chillan histéricos culpando de la violencia a sus víctimas, y llamando a la venganza general.
La situación puede descontrolarse: a ese grito exigiendo auxilio responden otros vengadores de los justicieros, y los contrarios, otros vengadores contra los vengadores.
Si la policía actúa para evitar esos conatos de locura contagiosa, detrás hay decenas de televisiones, periodistas y asistentes con móviles que siguen la norma de “la sangre, en primera”, no para contextualizar hechos, sino para demostrar brutalidad gubernamental.
Lo vemos estos días: tras las manifestaciones pacíficas proliferaran ahora linchadores, antisistema y militantes de partidos, algunos legales, que justifican la violencia progresí.
Ahora no son los viejos fascistas, sino neofascistas ultraizquierdistas, Tejeros que quieren tomar su Bastilla: el Congreso de los Diputados.
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SALAS