Revista Cultura y Ocio

Lionel Asbo, de Martin Amis

Publicado el 02 febrero 2014 por Jordi Jordi Corominas @jordicorominas
Lionel Asbo, de Martin Amis


Lionel Asbo de Martin Amis, por Jordi Corominas i Julián
Martin Amis, Lionel Asbo. El estado de Inglaterra, Barcelona, Anagrama, 2014Traducción de Jesús Zulaika 
La foto que encabeza este texto es una maravilla del año en que nací, 1979. En ella Martin Amis fuma un cigarrillo con París al fondo. La imagen muestra al hijo del gran Kingsley como lo que era entonces, un joven escritor que por casta y talento mostraba algo más que la patita. Ya había escrito el extraordinario Libro de Rachel y seguramente cavilaba en su a veces brillante mente el retrato de época que es Dinero.
La instantánea es muy británica. Si fuera española sería mero postureo, por eso creo que la procedencia es importante. Es auténtica y hasta lo que transmite tiene la pureza de la verdad de un desafío, de saber que el interior de ese hombre dirá lo que le venga en gana sin pararse en feroces críticas, que en realidad serán bien recibidas por el autor, desmarcado de la tendencia, consciente de la necesidad de un martillo que destroce la asquerosa homologación del presente.
Han pasado treinta y cinco años. Amis ahora es una vaca sagrada de la no menos, permítanme la redundancia, sagrada generación que configuró con Julian Barnes y, entre otros, Ian McEwan. Anagrama acaba de publicar Lionel Asbo, novela que lleva como subtítulo El estado de Inglaterra, y ello no es nada casual, es más, resulta de suma importancia.
Hará cosa de año y medio, prometo parar con la cronología, leí Chavs de Owen Jones, un retrato que muestra el desguace tatcheriano en pos de crear un nuevo lumpen proletariado desde la inopia de la inacción, una clase victoriana como metáfora de una era que preludiaba el ocaso global, la desfachatez del siglo XXI en el cinismo de la riqueza y el incremento de bolsas de miseria que los medios de comunicación transforman en objeto de risa para que otros desgraciados se sientan a gusto.
Desde esta explicación Lionel Asbo puede leerse desde dos perspectivas. La primera sería la de una crítica feroz de un legado, un tiempo y un país. La broma, que no es tal, contiene todos los elementos que pueden resultar familiares a un lector mundial. Desmond Pepperdine es la esperanza que no puede avanzar. Huérfano, vive con una abuela con la que ha tenido relaciones sexuales. Grace, así se llama, tiene cuarenta años y ha transcurrido toda su existencia en la periferia. Tiene varios hijos. Los cinco primeros se llaman Paul, John, George, Ringo y Stuart, como The Beatles, que son la banda sonora del hogar. El sexto se llama Lionel Asbo y es la meridiana clarividencia del derrumbe. Se ha cambiado el apellido, ingresa en prisión cada dos por tres y prefiere el porno al sexo real.
Lionel Asbo, de Martin Amis
Un buen día, tras muchos dimes y diretes, le notifican entre rejas que ganado en la lotería la nada desdeñable cifra de 140 millones de libras. Su vida, como es comprensible, cambia. Los tabloides lo convierten en la víctima perfecta y él, desde su analfabetismo crónico, les sigue el juego mientras los asesores le lucran y se forran. Tiene un romance de rompe y rasga, estabiliza sus desmanes y sigue aconsejando a su sobrino, exitoso hasta cierto punto, triunfal en el límite laboral que fija su origen periférico.
Las correrías de Asbo son una acumulación de inmundicia donde mediante una descarnada sátira Amis refleja el estado de su nación, pan y circo que pide mediocridad para tapar sus propias vergüenzas. El exceso de toda la trama huele a pub, cerveza, marginación e incultura.
Y ahí podría llegar la segunda interpretación. Supongo que debe existir un lector convencional, adaptado a las imposiciones del gusto, que considerará esta novela desde una óptica inmoral que convertirá al maestro de Experiencia en un monstruo despiadado que se ríe de los que no son de su clase. Podría ser, no niego que es una posibilidad que cabe contemplar. Pero no exactamente. El proceso satírico es una acumulación de despiporre que parte del dolor. Elio Vittorini, en Conversación en Sicilia, pone en boca de uno de sus personajes aquella legendaria frase de llorar por el dolor del mundo ofendido. En el caso que nos concierne quien proclama un rotundo llanto es el mismo Amis, y como observa que nadie denunciará lo obvio decide hacerlo sin ningún tipo de tapujos, yendo al fondo, triturando la materia.
No será su mejor obra. Aún así el londinense copa una totalidad que se percibe en el engranaje escogido para sacar el cuchillo y en ligeros matices donde la devastación de unas políticas luce su pútrido sol. Desmond Pepperdine es la aniquilación de la lógica. De nada sirven el entusiasmo, las lecturas y su tesón porque la estructura social ya ha predeterminado el destino. Oveja negra en su clan, por querer ser diferente, príncipe de impotencia en el mundo, porque las circunstancias y el entorno ya han marcado las cartas y este hijo sin padres de ningún tipo tiene un muro que reafirma los límites, pared infranqueable por culpa de unos esquemas que nadie quiere alterar.
Cuando topamos con una nueva entrega de cualquier escritor consagrado, especialmente en una era donde lo nuevo no sabe a renovación, tenemos la obligación de acogerla con sano escepticismo. Aquí se disipa  y hasta nos da envidia que el Reino Unido pueda ofrecer narrativa de este calibre. Más que nada porque en España un libro como Lionel Asbo sería pasto de hambrientos, envidiosos y mediocres leones. Si Martin Amis fuera español tendría una cruz en la cara. Como es de esas maravillosas islas sigue a lo suyo y acierta.

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