Revista Diario

Lionel Messi

Por Evaletzy @evaletzy

Corre, corre, corre... Se acerca al área... El balón va imantado a sus tobillos. Regatea a un jugador, a otro y a un tercero. Luego de padecer su potente zurdazo la pelota surca los aires y se dirige a la escuadra derecha de la portería. El arquero/guardameta roza el balón con su guante y, milagrosamente, consigue evitar el gol. Los cuadros y portarretratos que en las paredes de tu salón habitan sostienen sus vidrios con fuerza para evitar posibles resquebrajaduras provocadas por los altos decibelios que las cuerdas vocales de tu príncipe fabrican y, acto seguido, le regalan al aire.
Corre, corre, corre... Se acerca al área... Regatea a unos y a otros, intentan sacarle el balón, pero como no cuentan con una varita mágica, no lo consiguen. Entonces, un defensa lo embiste con una plancha. El delantero argentino queda dolorido sobre el césped del campo. El árbitro saca una tarjeta amarilla de su bolsillo, se la muestra al jugador que cometió la infracción y pita tiro libre directo. Se acomoda la barrera. Cuatro jugadores agarran sus partes pudendas como se las habrá agarrado Adán al ver por primera vez a Eva. Messi ya está de pie. Lanza el balón en dirección al arco. La pelota rebota en una cabeza y hay córner. Tu príncipe vocifera como si estuviera poseído por algún tipo de espíritu maligno. Atilio y Ernesto, tus gatos, te miran con esos ojos que ya conoces, aquellos que cada vez que hay fútbol te piden tapones para los oídos. Les explicas por quincuagésima vez que todavía no se fabrican tapones para gatitos y les sugieres que salgan a la terraza hasta que termine el partido. El balón proveniente del córner cae en las manos del arquero. Rápidamente, el hombre con un número 1 en su camiseta consigue que la pelota vuele siguiendo la forma de un arcoíris imaginario hasta aterrizar en el campo contrario.
Corre, corre, corre... Se acerca al área... Botines de diversos colores quieren robar la preciada esfera de cuero que va rauda entre los pies de quien tiene en su casa tres balones de oro. «¿Los tendrá en una elegante vitrina o sobre su mesita de luz juntando polvo?», querrías saber mientras imaginas lo que tú harías si te hubieran otorgado tres balones de oro: dormirías abrazada a ellos cada noche. Dos defensas van muy cerca suyo, pero Messi hace uno de sus típicos cambios de ritmo explosivo y les saca ventaja. Entra en el área grande. El último hombre se acerca a él, y por ende, a la bola atada con un hilo invisible a sus piernas. ¡Falta! ¡Pitido! ¡Brazos de árbitro señalando un punto pintado en el césped! ¡Penalty! «¿Estaremos viviendo un terremoto de magnitud 7 en la escala de Richter?», te preguntas mientras te colocas bajo el marco de una puerta con el jarrón de cristal que heredaste de tu abuela en mano. Pocos segundos pasan y te das cuenta de que los temblores no se deben a ningún movimiento sísmico, sino que son las palpitaciones de tu príncipe que corren por las venas de tu casa.
Messi coloca la pelota sobre el punto blanco. Mira muy serio al guardameta. En las pupilas de este último campa el terror a sus anchas. El rosarino se prepara para patear. Toma carrera. El arquero flexiona sus rodillas. Su pierna izquierda golpea la pelota. Quien debe evitar que el balón entre en su arco se tira hacia un costado. Retahíla de alaridos, saltos varios sobre tu alfombra y sacada de camiseta con posterior revoleo por los aires. Mientras tu príncipe grita el gol como si lo hubiera metido él y le pagaran una prima de varios miles de euros por ello, Atilio y Ernesto se esconden bajo el sofá, cuadros y portarretratos hacen un denodado esfuerzo por sujetar sus vidrios y tú... Tú lo único que deseas es correr, correr, correr... Alejarte del área de tu casa...

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