Una de las apuestas editoriales del año ha sido y es la literatura autobiográfica. Un fenómeno destacable, sobre todo, cuando los «blogs» parecían haber acabado con el género.
«Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso.» Holden Caulfield, protagonista de El guardián entre el centeno, de Salinger, es uno de los personajes más recordados de la literatura del siglo XX pero también uno de los menos imitados, ya que ningún siglo ha sido tan pródigo en memorias, testimonios y autobiografías. La publicación de una importante cantidad de obras de este tipo en los últimos meses ha devuelto a la autobiografía su visibilidad pero también ha llevado a que se agrupen bajo un mismo rótulo obras de características muy diferentes, introduciendo una pregunta tácita acerca de qué es lo que se entiende por autobiografía y cuáles son las razones de su proliferación.
A la aparición de nuevas obras de autores extranjeros como Wole Soyinka (Partirás al amanecer, RBA) y J. M. Coetzee (Verano, Mondadori) y al rescate del Diario del duelo (Paidós), de Roland Barthes, se suman obras de autores hispanoamericanos como el colombiano Héctor Abad Faciolince, autor de Traiciones de la memoria (Alfaguara), que se articula en torno a un poema atribuido a Borges que el narrador encontró en uno de los bolsillos de la chaqueta de su padre el día que fue asesinado. Más convencionales desde el punto de vista del género son La novela de la memoria, de José Manuel Caballero Bonald (Seix Barral), y En la ciudad sumergida, de José Carlos Llop (RBA). En ellas la identidad entre autor, narrador y personaje se cumple por completo, aunque, en el caso de la obra de Llop, la memoria narrada no es solo la individual sino también la de los abuelos y los padres, y el resultado no es la glosa de una fotografía familiar sino un fresco de la ciudad de Mallorca, la manifestación de sus vínculos con otras ciudades literarias como la Alejandría de Cavafis y el París de Proust y el relato de su desaparición a manos del siempre cruento paso del tiempo. Un fresco (aunque ya no de una ciudad sino de la literatura) es también Egos revueltos, de Juan Cruz Ruiz (Tusquets), que recoge anécdotas de su vida como escritor, periodista y editor de algunos de los autores más importantes de los últimos cincuenta años. También Seductors, il.lustrats i visionaris (Edicions 62), de Josep Maria Castellet, cuyos personajes son tanto el autor como Carlos Barral, Gabriel Ferrater y Terenci Moix, y las memorias de la editora y escritora Esther Tusquets, Habíamos ganado la guerra (Bruguera, 2007) y Confesiones de una vieja dama indigna (Bruguera).
Más interesantes resultan aquellas obras que afectan a la distribución canónica de los textos entre los subgéneros afines de la autobiografía, la escritura confesional, la novela autobiográfica, la autoficción, el diario y las memorias. Entre este segundo tipo de obras destacan Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente (Anagrama), y Autobiografía sin vida, de Félix de Azúa (Mondadori). El primero es el relato descarnado y emotivo de la relación del autor con su padre, el pintor Juan Giralt (1940-2007), con quien solo compartió quince días en dieciocho años, pero junto al cual vivió la enfermedad y la muerte; el libro de Giralt Torrente destaca por su particular cruce entre escritura confesional y autobiografía. La segunda es una autobiografía ya no del autor mismo sino de lo que este llama «una vida de imágenes», un fondo común de experiencias estéticas con el que no procura reivindicar su individualidad sino la existencia de un colectivo y de un tipo de sociabilidad que desaparecen en la medida en que el arte pierde su sentido en la sociedad posmoderna. «El libro de Azúa no es propiamente autobiografia como narración de una vida, pero su matriz adopta un yo reflexivo que podríamos asociar al de la forma intelectual de los Essais de Montaigne para elucidar el sentido del arte en la sociedad contemporánea», opina José María Pozuelo Yvancos, autor de la fundamental De la autobiografía: teoría y estilos (Crítica, 2005), quien sostiene que las autobiografías más recientes no suponen grandes cambios en la concepción del género. «Las que sí han cambiado son las figuraciones del yo en la novela», afirma, y menciona como los nombres más importantes de esta tendencia los de Javier Marías y Enrique Vila-Matas.
Quizás valga la pena preguntarse por esta proliferación reciente de autobiografías en el ámbito hispanohablante y del desafío a las convenciones que preside algunas de ellas. Una respuesta superficial podría reducirse a que el género «está de moda», pero, esté de moda o no, lo que parece haber detrás de su proliferación es la crisis de un cierto tipo de relato que explicó y normalizó el pasado español reciente, con sus estaciones obligatorias en la educación católica, el franquismo, la Transición. En ese sentido, el argentino Blas Matamoro, autor del ensayo Novela familiar (Páginas de Espuma), en el que glosa la vida familiar de unos trescientos sesenta escritores, sostiene que la recuperación de la figura del padre en la escritura autobiográfica «adquiere incontables personificaciones: Dios, la patria, la lengua». Las nuevas versiones del pasado reciente español están basadas en la subjetividad de sus autores, que reivindican un ordenamiento alternativo de ese pasado que no necesariamente lo normaliza ni lo edulcora. Quizás detrás de esta proliferación esté también la pregunta acerca de cómo se puede narrar la propia vida en un momento histórico en el que gracias o por culpa de la aparición de blogs, redes sociales, mensajería instantánea y otras formas de comunicación la vida y su narración son casi simultáneos; es decir, el interrogante acerca de cómo se puede o debe contar la vida propia tras el declive de la cultura letrada. Sean estas las razones de su proliferación o no, las preguntas que el género autobiográfico provoca en sus autores y lectores (la cuestión de la verdad en literatura, la de la mímesis de la realidad, la de la unidad de la identidad, etcétera) parecen hoy más pertinentes que nunca. Aquí hay un puñado de autores que han decidido narrar su vida para dotarla de verdad y sentido, y no es improbable que otros los sigan; quizás la autobiografía ha llegado realmente para quedarse.
Texto: Patricio Pront. ABCD.es. 17.07.2010 – Número: 958.