por Karina Echevarría
Ruiz Huici[1] plantea dos pilares sobre los que se asienta la educación literaria de los jóvenes: la creación de hábitos lectores y el desarrollo de la competencia literaria. Estos dos pilares generan una cierta tensión al oponerse en algunos aspectos.
A la hora de promover la lectura para generar hábitos lectores, los docentes debemos enfocarnos en el carácter placentero de la misma, en su aspecto lúdico y de disfrute, en provocar una verdadera experiencia literaria. Aquí son fundamentales los textos que provoquen empatía con el lector, que se acerquen a sus preferencias, sus gustos, sus preocupaciones más inmediatas.
A la hora de desarrollar competencias lectoras, y especialmente competencias literarias, necesitamos textos que impliquen un desafío, que probablemente susciten preguntas y sus consecuentes explicaciones (no es malo explicar si hay una auténtica pregunta), que necesiten de un esfuerzo extra de atención y escucha, de conceptualización, reflexión, discusión y puesta en común. Textos que, al decir de Colomer, “ayuden a la vez a aumentar las capacidades interpretativas del alumnado”.
Los primeros textos pocas veces resultan un desafío. Los segundos, no suelen resultar placenteros en un primer encuentro.
La tensión es clara, pero no irresoluble ni ajena al hecho educativo. En realidad, la institución escolar siempre está en tensión con el arte, y la literatura es arte. La libertad, la falta de límites (tanto temáticos como expresivos), los permanentes cambios y renovaciones que genera la creación artística, parecen oponerse a la escuela que ofrece un currículo muchas veces cerrado e inamovible, que pide medición de resultados, acreditación de progresos y una cierta disciplina. Pareciera que la educación artística en la escuela pide una creatividad controlada; y la educación literaria, una lectura también controlada.
Sin embargo, los docentes seguimos buscando espacios de reducción de la tensión, de apertura a nuevas posibilidades, de conexión y comunicación intertextual. Espacios que adoptan distintas formas: el taller de lectura libre (donde cada lector elige libremente lo que lee y no tiene obligación de rendir cuentas de su lectura); la maratón de lectura (en donde compiten en el conocimiento de alguna saga en auge lectores de las edades más diversas); jornadas de lectura (en donde la lectura es motivo de celebración y fiesta, de diálogo y experiencias compartidas); clubes de lectura (en los que se comparte comunitariamente una lectura determinada); y tantas otras formas que toma la creatividad del lector. Porque de eso se trata, el docente-lector establece una relación con el alumno-lector, que se basa en ese particular vínculo que da la lectura. Aquí es donde resulta imprescindible acercar las lecturas y los lectores, saber qué están leyendo y experimentar esa lectura. Para compartir, para conversar, para establecer puentes.
Pero no es solamente una cuestión de espacios nuevos. La clase de literatura, la lectura guiada que se realiza para favorecer “todas las operaciones implicadas en la lectura” (de nuevo Colomer) puede también realizarse a partir de lecturas cercanas a los alumnos. Una actividad como identificar metáforas puede hacerse con poemas de Neruda o con letras de canciones que los alumnos escuchen. El reconocimiento de distintos tipos de narradores puede aprenderse con García Márquez o con John Green. La definición y el reconocimiento de géneros según la realidad representada puede buscar ejemplos en el canon o en la paraliteratura.
El informe de los exámenes Pisa 2009 habla del “compromiso con la lectura”, propio del lector competente. Este compromiso surge de una relación afectiva con la lectura que suele tener su origen en una experiencia original placentera, generalmente asociada a los afectos fundacionales. Creo que no deberíamos descuidar este vínculo de lectura y afecto, y tener presente que el respeto es una de las formas más patentes del afecto. Los jóvenes leen. Y sus experiencias de lectura son fundamentales a la hora de construir sus propios recorridos lectores y desarrollar sus competencias literarias.
La tensión existe, pero es el afecto por el otro, el respeto por el otro, el que permite el intercambio y, en definitiva, un aprendizaje colaborativo.
[1] Ruiz Huici, Kiko, “La literatura juvenil y el lector joven”, Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura, Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea.