No iba a ser fácil. Los doctores Hiroko Izumi Shimono e Iván Pinto Román sabían que emprendían una ardua tarea cuando comenzaron la traducción de El diario de Murasaki Shikibu y El diario de Sarashina, dos obras escritas por mujeres japonesas que datan de 1010 y 1060 respectivamente. Estas dos publicaciones, cuyas traducciones fueron presentadas recientemente por el Fondo Editorial de la Asociación Peruano Japonesa, son producto de una situación especial que llevó a muchas mujeres del Japón antiguo a expresar su visión del mundo y a compartir sus experiencias de vida, gracias al aprendizaje de la literatura y de la escritura silábica conocida como “hiragana”.
El doctor Pinto subraya que este fenómeno de emancipación femenina fue “un hecho especial en la literatura clásica del Japón”, cuando en el resto del mundo no se había producido nada semejante. Según nos explica, esto se debió a un determinado contexto social. “Tanto Murasaki como Sarashina eran personas que pertenecían a una clase de la jerarquía cortesana japonesa, generalmente poco valorada (eran hijas de funcionarios nombrados para las provincias) y eran menospreciadas por el resto de la corte. Sin embargo, ambas mujeres superaron ese menosprecio gracias a su capacidad intelectual, a su deseo de saber y a su necesidad de trascendencia tanto a través de la cultura como a través de la religión”, asegura el doctor Pinto quien, junto a la doctora Izumi Shimono, han dedicado largos años a la investigación y traducción de las publicaciones.
El tiempo de paz y el aprecio a la escritura fueron el ambiente perfecto para el culto de la literatura y el arte. “La literatura femenina en prosa de los siglos X y XI, sensible y expresiva, solo se produjo en el Japón. Al leer las obras evidenciamos que tal logro se desarrolló debido a factores impulsados por la política nacional y regional de aquel tiempo. La educación concebida en la alcoba cortesana también encaminaba a las mujeres hacia la literatura”, explica el doctor Pinto. “Se trata de círculos de damas que mantenían debates no sólo literarios sino también políticos en las antesalas de la alcoba de la emperatriz”.
El diario de Murasaki Shikibu es una obra por encargo. Mishinaga, el emperador de la época, quería que ella reflejase lo que él consideraba el hecho más importante de su vida: el nacimiento de su primer nieto. El doctor Pinto nos recuerda cómo se empezó a gestar este diario: “Mishinaga se fijó en Murasaki, porque destacaba por su elocuencia, su riqueza de léxico y su profundidad de observación, y le dijo: ‘Quiero una autora así para un diario, que sea testimonio de mi gloria’”.
A partir de ahí, el monarca libera a Murasaki de toda imposición, quien empieza a trabajar su obra con total libertad creativa. “Ella escribe lo que ve desde su punto de vista y no está sujeta a un libreto. Lo que deseaba Mishinaga era que la autora pudiera dar testimonio del momento previo del nacimiento de su primer nieto, y que continuase con las ceremonias relativas a su condición de próximo heredero del trono en el momento en el que llegase a la edad adulta”, explica el doctor Pinto.
Diario íntimo cargado de sueños
El diario de Sarashina, por su parte, es un íntimo recuento de las remembranzas de su autora. Explican los traductores: “Sarashina insertó 11 episodios de sus sueños y los trató en tres fases literarias: el primer tipo de sueño como oráculo, que trata de persuadirla de su obsesión por devorar la lectura de El relato de Genji. El segundo tipo de sueño se vinculará con una vida anterior, pero no está en consonancia con su vida real hasta la edad madura. El tercer tipo de sueño, finalmente, está relacionado con llegar a otro mundo después de su muerte. Este fue el más importante porque la liberaba de un mundo real que la condenaba a la soledad y al olvido.”
Dice la doctora Shimono: “Tras la lectura de su diario, comprendemos que la autora también sufría y en sus últimos años de vida no sabía cómo superar la consternación”. Se sabe que Sarashina falleció a la edad de 57 años, una edad avanzada porque en aquella época generalmente las personas no pasaban los 40.
Sobre el proceso de traducción, cuenta el doctor Pinto: “Empezamos en el año 1999, pero no hemos publicado hasta el 2019 porque la traducción tarda y la prosa de las damas está hilvanada de poemas, y el poema es quizás la parte más difícil. El japonés cuenta con muchos homófonos, palabras que suenan igual, pero tienen significados muy diferentes y eso le permite jugar con varias alternativas de comprensión”.
Esta labor tomó muchos años en los que los editores, ubicados en diferentes ciudades pero en constante comunicación gracias a la tecnología, debatieron término a término hasta lograr tener una traducción de la que estuvieran plenamente satisfechos. Toca ahora al lector leerla con fruición.