Revista Cultura y Ocio

Literatura latinoamericana en el siglo XXI | Abdón Ubidia

Publicado el 14 julio 2018 por Iván Rodrigo Mendizábal @ivrodrigom

Por Abdón Ubidia

(Publicado originalmente en el blog Literatura Latinoamericana, Buenos Aires, el 1 de septiembre de 2012)

Literatura latinoamericana en el siglo XXI  | Abdón Ubidia

Abdón Ubidia (2012) (Foto tomada de: http://www.sociedaccion.com.ar/notas.asp?con_codigo=82&aut_codigo=85&men_codigo=26&titulo=Abd%C3%B3n%20Ubidia,%20en%20el%20centro%20Cultural%20Florian%20Gorini,%2024%20de%20agosto%202012,%20en%20el%20marco%20del%20encuentro%20de%20escritores%20latinoamericanos=

El siguiente texto [transcripción] fue motivo de su conferencia en el tema Literatura del Siglo XXI en el Centro Cultural Gorini, el 24 de Agosto 2012.

%%%%%%%%%%

Y de pronto, el poeta Juano Villafañe, desde el otro lado de nuestro Surcontinente, me invita a participar en un Encuentro al que asistirán mis admiradas amigas Luisa Valenzuela y Ana María Shúa y otros escritores a los que también admiro, y yo no puedo negarme, como nunca me he negado a venir a mi Buenos Aires querido ―tantas veces lo he visitado― sin calcular el costo que significaba asumir el compromiso de hablarles de un tema ―para mí― imposible.

Hablarles del futuro, pues el siglo XXI apenas empieza dado que camina a tropezones, en su plena infancia pues sólo tiene 12 añitos, y hablarles además de la literatura que vendrá, pues más allá de Bolaño y Brizuela, y de los escritores ya hechos en el siglo anterior que siguen en plena actividad.

No se me ocurre cómo la literatura podrá ser inmune al peso de los hechos históricos que, más allá de todas sus autonomías, siempre la han afectado y hasta alojado; hechos que, precisamente son, en su mayoría, difíciles de prever, sobre todo aquellos, de naturaleza intempestiva como las guerras y las catástrofes naturales, aunque los entendidos ya hablen de un posible calentamiento de los conflictos por el cambio de dominio imperial entre Estados Unidos y la China, y los científicos ya presagien las consecuencias del otro calentamiento global, el climático y, por si fuese poco los cibernéticos nos anuncien, con bombos y platillos que es inminente la creación de computadores cuya “inteligencia” sea superior a la humana y que, en estos mismos momentos, ya se hayan logrado robots que tienen la capacidad de auto corregirse, incluso en su forma externa, según los experimentos de Bongard, de la U. De Vermont, tal y como me lo cuenta mi amigo quiteño Plutarco Naranjo jr., el inventor del corrector ortográfico del Ofice, que todos ustedes y nosotros usamos, y los informáticos nos repitan lo que ya nos han dicho como un anhelo al respecto de los alcances futuros, algo que ya presagió Arthur C. Clarke en su inolvidable novela “Odisea del espacio 2001” (cuando ya estamos en 2012), y su no menos inolvidable versión fílmica la de Kubrick, y también los biólogos e ingenieros nos hablen de la biónica y los cyborgs y los corazones artificiales ―y yo recuerdo a Macbeth diciendo: “Rómpete corazón, rómpete, rómpete”― y qué decir de lo que los mismos biólogos puros nos dicen al respecto de los cruces transgénicos (y no me refiero, porque no soy un maleducado, ni me gusta mencionar la “soja”, con jota, en la casa del ahorcado), a los de las especies vegetales sino a los de las especies animales que nos permitirán tener ojos de águila y brazos de oso y un sinfín de variantes inimaginables ni con la ayuda del Manual de zoología fantástica, de Borges, y por si faltara algo ocurre que, además, muchos físicos como Max Tegmark, del prestigioso MIT, empiezan a hablarnos, y yo les creo, de que no hay un solo universo, sujeto a las dimensiones que conocemos, sino que, según sus sofisticados cálculos, existen “multiversos” del tamaño del nuestro y quién sabe si mayores.

Con lo cual allí nomás me quedo, con más terror que esperanza, aunque no pueda reprimir la idea dicha por Luis Von Ahn, el genio que inventó los “capchas” (esas letritas desdibujadas que el Internet nos obliga, de tiempo en tiempo, a identificar), de que su misión era la de que los libros físicos, de papel y tinta, desapareciesen del planeta, que es la idea más idiota que he escuchado de un genio, porque el reino de los e-books, según él, se viene incontenible, y pienso en esos aparatos electrónicos que nos posibilitan, hoy mismo, tener toda una biblioteca dentro de ellos, con la amenaza real y consiguiente de que también podamos hacer zapping, pero no entre los canales de la tele sino entre novelas, como por ejemplo La guerra y la paz, Cien años de soledad, Justine, Bella del señor, y las de Corín Tellado y así ad infinitum.

Y como el futuro ya está aquí, o mejor, vivimos un futuro presencial ―si vale el término―, y adivinar lo que vendrá, después del futuro que vivimos hoy, me causa una angustia realmente insoportable, prefiero acudir al pasado, un poco influido por esa manida frase de que quien no ha aprendido de la historia, está condenado a repetirla, y trato de ubicarme, cien años atrás, en el 1912, cuando los más grandes sabios del mundo se reunían en los cafés de la Viena imperial y hablo de Einstein, Freud, Shömberg, Bretch, Wittgenstein, Loos, Mauthner, a hablar de sus famosos descubrimientos y creaciones, y pienso que a ninguno de ellos, las mentes más poderosas del siglo, se le ocurrió que dos años después les esperaba la Primera guerra mundial y, dos décadas después, la Segunda, bomba atómica incluida, ni al revolucionario Lenin, habitué de esos mismos cafés vieneses, se le ocurrió que su revolución terminaría con los siniestros Breznevs y Chaucescus.

Entonces no tengo más remedio que reconocer que lo impredecible es la ley del mundo y para aproximarme, por fin, al tema propuesto ―que, como habrán adivinado me cuesta tratar, sobre todo porque mis colegas de mesa ya lo habrán abordado o abordarán con más inteligencia y conocimiento que yo― nada menos que la Literatura latinoamericana en el siglo XXI, empiezo por escabullirme de nuevo al 1912, y a pensar que en ese año, ¡qué podía decirse de la literatura del siglo XX! si no se conocía nada, en el mundo global de entonces, se entiende, de lo que publicarían el secreto Kafka, o ese mártir de la combustión interna (para acudir al lenguaje nabokoviano) el delicado Marcel Proust y tampoco el Ulises del irascible Joyce, y qué decir de Celine, Miller, el viejo Hem, Dos Pasos, o esa mezcla de de Shakespeare y Dostoievski que fue Faulkner y qué decir del ya citado, el dulce y perverso encantador de niñas y viejos verdes, Nabokov, para no hablarles de que en las propias vísperas del boom de la literatura latinoamericana, cuando ya nacían Rayuela y Cien años de soledad, los críticos expertos en el nouveau roman, ya hablaban nada menos que de la muerte de la novela, y de seguro que en 1912, ni él mismo Borges con sus trece años, sabría siquiera que venía al siglo XX para trastornarnos la cabeza, filósofos incluidos, a todos sus incontables lectores, y retrocediendo un poco, tampoco se sabía del boom de la literatura ecuatoriana de los años treinta, con Huasipungo de Jorge Icaza a la cabeza, y nada de la novela indigenista y mestiza que vino con ese realismo social declarado, y peor de lo que se trabajaba en esta orilla con Macedonio Fernández o Roberto Artl.

De modo que no puedo sino atenerme a las evidencias de la buena salud que muestra la literatura latinoamericana, hasta el 2012, sobre todo con el aporte casi masivo de los formidables escritores argentinos, cuyos nombres, más cercanos a mi conocimiento, ya mencioné en la anterior charla; de manera que no se me ocurre sino recordar lo que el gran Umberto Eco dijo ya, es decir que el futuro es un invento de San Agustín puesto que antes de él a nadie se le ocurría programarlo y diseñarlo como quiso, siglos más tarde, la fenecida modernidad, porque, tal y como van las cosas, ahora creo que primero Lyotard y ahora Jameson empiezan a convencernos de que lo que en este siglo XXI empieza con fuerza es nada menos que otra era: la posmodernidad, en la cual todas las alianzas del presente con el pasado son posibles, algo que tampoco es un gran consuelo, excepto para la literatura cuyos temas seguirán repitiéndose siempre, conforme sean las vidas humanas de cada época, con sus deseos y displaceres, sueños y pesadillas, fantasmas y esperanzas; por todo lo cual la literatura latinoamericana seguirá integrada a sí misma, como la ha estado desde la época romántica de Amalia, María o Cumandá, tan integrada como estuvo en las épocas del criollismo, el realismo social, el realismo mágico, el relato urbano, el fantástico, y tan integrada como lo está hoy, pues, para mi sorpresa, mirando sus novedades y aparente dispersión, encuentro que lo que se hace en Argentina, en el siglo XXI, no dista mucho de lo que hacemos en Los Andes ecuatorianos, de donde vengo para decirles que esta gran patria común, Latinoamérica, seguirá siendo, ―geografía, lengua, cultura, lo dicen― por mucho tiempo, un nuevo mundo.

Y para terminar con alguna afirmación literaria, hago mías las palabras de Francisco Proaño Arandi, gran conocedor de la literatura argentina, quien nos dice que, en uno y otro lado, en lo que va del siglo, se pueden encontrar narrativas “atramáticas” como las de Piglia o César Aira o experimentales, como la Juan José Saer y también las de los ya nombrados, aparte de narrativas que desde el presente juzgan el pasado como la de Brizuela; narrativas de ecuatorianos que sería largo nombrar, amén de un ejército de poetas que invaden todos los espacios posibles, blogs y demás.


Volver a la Portada de Logo Paperblog