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Literatura TV

Publicado el 06 mayo 2010 por Joaquín Armada @Hipoenlacuerda

-…y, por supuesto, tendremos lecturas de Shakespeare en inglés subtituladas en inglés.

- No sé… no sé.

- Y cada fin de semana, dos recitales de poesía, siempre con un poeta premiado con el Adonais.

- No, sé, me parece una buena oferta, pero…

- Pero nada. Escuche, ésta es una oportunidad única. Con el descodificador le regalamos las obras completas de Ian Gibson sobre Lorca, ¡los 37 volúmenes encuadernados en tapa dura y con sobrecubierta!

Era una oferta irresistible, así que decidí abonarme a Literatura TV, el primer canal de pago de la TDT. El nuevo canal había desatado una guerra mediática sin cuartel. Los escritores de Digital Literario, la plataforma literaria vía satélite, acusaban al Gobierno de favorecer a sus amigos y de querer robarle sus millones de abonados. Literatura TV declaraba que sólo ofrecían una tecnología que en Europa llevaba años de éxito: “¿Por qué un hamburgués puede pagar por ver la TDT y un abulense no? Si yo quiero pagar por ver la TDT, nadie debe impedírmelo”.

Mientras los informativos se llenaban de opinión y publicidad, y los escritores y periodistas de una y otra tele se lanzaban libertades a la cabeza, en los anuncios estalló una guerra de descuentos. Digital Literario lanzó una agresiva campaña publicitaria con una foto de Sánchez Dragón en pelotas, sonriendo mientras sujetaba una parabólica que no le cubría nada, al lado de esta frase: “Él sólo necesita su parabólica”.

Literatura TV contraatacó con otro anuncio de Sánchez Dragón en pelotas y con un descodificador que… tampoco le tapaba nada. Dragón sonreía al lado de otra frase en cursiva: “Él sólo necesita su descodificador”.

Sánchez Dragón contraatacó contra todos con otro anuncio en pelotas, una sonrisa aún más grande y luminosa y otra frase en cursiva: “Yo no necesito nada”. En las calles, los anuncios de Dragón se pegaban unos sobre otros. Así que a veces parecía que tenía una parabólica cuando anunciaba un descodificador y al contrario, o tenía una cabeza y cuatro piernas, lo que hacía más real su autarquía.

Caminaba por la estrecha calle que conduce a la Filmoteca, empapelada con decenas de Dragones desnudos, cuando creí reconocer a un antiguo directivo de televisión. Su traje azul marino estaba lleno de lamparones y sus mangas estaban deshilachadas. Tenía la mirada perdida y repetía una y otra vez esta frase: “Mi accionista principal tiene una importantísima editorial, pero nunca se le ocurriría pedirme que hiciera un programa de libros porque sabe que sólo daría un 2% de audiencia, ¡un 2% de audiencia!, ¡Sería un disparate!

Sus ojos se cruzaron con los míos y por un momento creí ver en sus pupilas un coro de ejecutivos de televisión y publicistas que le envolvían en una nube de aplausos y sonrisas túsiquesabes. Fue sólo un instante. Después aquel brillo desapareció de sus ojos y el antiguo directivo volvió a emprender su viaje sin destino, arrancando carteles de Dragón, repitiendo una y otra vez su locura.
 


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