Hace algo más de una semana estuve en la presentación de la novela con la que Clara Sánchez obtuvo, el pasado 6 de enero, el último Premio Nadal. Su título, Lo que esconde tu nombre. Durante la presentación, Clara se refirió, con indignación y de manera muy crítica, al silencio, incluso a la connivencia de los poderes públicos, durante décadas, con la presencia, en zonas emblemáticas de nuestra costa, de viejos nazis refugiados bajo falsas identidades, asesinos ocultos que han vivido en dorados exilios con el aspecto de apacibles ancianos en colonias de lujo y rodeados de ciudadanos que todo lo ignoraban de su identidad. Todavía, por falta de tiempo, no he leído la novela: la tengo en lista de espera en un lugar preferente de mi biblioteca.
Pero los Christensen (Karin y Fredrik), el matrimonio de octogenarios supuestamente suecos creado por Clara Sánchez, residentes en la costa alicantina y con falsas identidades, son algo más que dos personajes de una novela, que pura materia de ficción. Son la expresión de una realidad que ha formado (y forma) parte de nuestra Historia. ¿Cuántas veces, en cualquiera de las terrazas junto a alguna de nuestras playas mediterráneas no me habré detenido un instante ante la presencia de un anciano de ojos azules y rasgos germanos, de mirada esquiva, pensando que podría tratarse de uno de esos peculiares "exiliados"? Tras su plácida apariencia, quizá en el interior de sus domicilios junto al mar o en alguna trastienda desconocida, guardan una especial memoria de la ignominia, quizá conserven insignias, cinturones o piezas del uniforme de cuando fueron oficiales de campos de concentración o de exterminio, tal vez guarden discos de vinilo con viejos himnos o alocuciones del führer en algún mitin en Berlín o en Munich, u objetos procedentes de Mauthausen o Auschwitz, o recuerdos íntimos de un tiempo en que, por ser jóvenes, fueron felices. Quizá sientan un poso de culpa al recordar los cuerpos escuálidos, los rostros devastados, los andrajos, los trajes a rayas, las montañas de cuerpos como escombros de humanidad... Sobre esa cara, tan desconocida, de la realidad española del último medio siglo (o más) ha escrito Clara Sánchez. Un gesto valiente, una apuesta literaria y civil, más que necesaria, imprescindible.
Vista del campo de trabajo de Bustarviejo (Madrid). ¿Qué fue de sus máximos responsables?Tras la presentación, ya de vuelta a casa, pensé en otra realidad, no sé si tan poco conocida como la que Clara desvela en Lo que esconde tu nombre, pero no menos desoladora: la presencia de los verdugos, torturadores, cómplices del fascismo, agentes de la brigada político-social u oficiales y jefes de los campos de concentración, de los destacamentos penales que se extendieron, tras la Guerra Civil, por toda la geografía española. Es ése un aspecto de nuestra historia colectiva que se ha mantenido oculto, del que se ha hablado muy poco. Hemos convivido, en estas décadas de democracia, con pacíficos funcionarios que en los años 60 torturaban a estudiantes, a trabajadores, a simples demócratas, con antiguos policías cuya labor esencial, durante algún tiempo, fue la caza del demócrata, del socialista, del comunista (sobre todo), del cristiano progresista. En numerosos pueblos, familias enteras han tenido que compartir la vida diaria con quienes alentaron o cometieron terribles crímenes de los que fueron víctimas sus gentes. En mi novela Verano he intentado recuperar, sacar del ocultamiento y del anonimato, a uno de aquellos policías que se ejercitaron en la infiltración, en la delación, en las detenciones arbitrarias, en el allanamiento nocturno de las viviendas de ciudadanos sospechosos de estar enfermos de democracia o de progresismo, en la tortura sistemática. ¿No es, quizá, y aun siendo conscientes de que hay excepciones, una asignatura pendiente de nuestra novela, de nuestro cine, de nuestro teatro? Seguramente.
La novela de Clara Sánchez no sólo nos sumerge en ese mundo oscuro, desconocido, de los nazis plácidamente escondidos en nuestra costa. También nos sitúa ante nuestra propia historia. En el metro, en un autobús, en las butacas de un aeropuerto o alrededor de las mesas de algunas cafeterías hemos podido compartir charla, comentario, incluso aperitivo con quienes alimentaron el fascismo en España, ayudaron al crimen colectivo con su complicidad o su silencio, o formaron parte de la leva de torturadores, de organizadores de los campos o de los que enviaron al paredón a cientos de ciudadanos por el simple hecho de ser demócratos, o sindicalistas, o militantes de los partidos de izquierdas. ¿Nunca os habéis preguntado por su conciencia, por su forma de recordar un pasado de ignominia?