
Además, Smiley es un espía contrario al modelo James Bond, un personaje con los pies en la tierra. Se trata de un hombre cincuentón, poco atractivo, propenso a la depresión que, para más inri, detesta la violencia. Smiley es más bien un cerebro pensante que prefiere el despacho a la calle, aunque al final la naturaleza de su trabajo le obligue a continuas salidas, casi siempre nocturnas - el ambiente creado es uno de los grandes aciertos de esta primera novela de Le Carré -. La trama no resulta muy compleja y casi es más detectivesca que estrictamente de espías, pero tiene el suficiente grado de sordidez como para hacerla interesante. El enemigo aquí, como es propio de los años dorados de la Guerra Fría, es el bloque comunista. A veces en la novela la lucha se torna más ideológica que violenta. El bloque del Este está repleto de comunistas convencidos, que creen obrar en pos de un bien superior. Smiley tiene clara su posición: él detesta el comunismo porque ama el individualismo:
"Odiaba la prensa, como odiaba los anuncios y la televisión, odiaba los medios masivos, el inexorable adoctrinamiento del siglo XX. Todo lo que admiraba o quería había nacido de un intenso individualismo. Por eso odiaba a Dieter, y odiaba más que nunca lo que él defendía: el fabuloso absurdo de renunciar al individuo a favor de la masa."
¿Qué pensaría Smiley del legado que ha dejado el triunfo absoluto del capitalismo? ¿Somos más individualistas que nunca o la mayoría sigue siendo masa aborregada? Llamada para el muerto es una novela un tanto rutinaria, y algo falta de ritmo, pero la brillante presentación de su protagonista hace que el lector se quede con ganas de continuar la serie.