En España ya hay muchos nacionalsocialistas como Jean-Marie Le Pen, que son los abertzales socialistas del País Vasco, pero tras el inesperado florecimiento del original francés aparecerán otros nuevos que resucitarán el rancio españolismo y sus virtudes patrias.
No serán como la Falange u otros fascismos: no necesitarán uniformes, himnos, ni cabezas rapadas, incluso llegarán con largas melenas, tatuajes y otros símbolos relacionados con ritos dolorosos.
Se declararán progresistas y lo parecerán: será difícil distinguir su mensaje del de los nuevos movimientos sociales que mezclan anarquismo con idealismo, ONG y protesta desestructurada, ambigua y fronteriza entre la ultraizquierda y la ultraderecha.
Así, compartirán con ellos seis posturas “anti”: antisistema, antiglobalización, antiliberal, antiisraelí, antieuropeo y antiestadounidense.
Como antisemitas, especialmente antijudíos, apoyarán a los árabes cuando se enfrenten a Israel. Para ellos solo los inmigrantes musulmanes podrán integrarse con las mayorías, como ocurre ya en Cataluña.
Lucharán por la pureza propia por encima de los derechos humanos: nuestra tierra, nuestras costumbres, nuestra cultura, nuestra lengua y nuestros mitos e historia reinventados.
Comienzan a aparecer en pequeños círculos, a veces desde organizaciones ya establecidas, en pueblos, comarcas y ciudades, luego descubrirán a sus periodistas amigos y, por fin, al líder: educado, posiblemente culto y presentable.
Precisamente por ser presentable será muy peligroso, mucho más que el impresentable Le Pen.