Estos días hace un poquito más de sol (¡lo echábamos de menos!) y he podido disfrutar del jardín. No le dedicamos mucho tiempo (no lo tenemos) ni somos especialmente mañosos con las plantas. Pero hacemos lo que podemos.
Hace poco tuvimos que podar y fumigar los rosales por una plaga y hemos visto que empiezan a salir brotes nuevos en las ramas peladas. El joven limonero está echando hojas, aún están rojas por falta de madurez, pero enseguida se llenarán de verde clorofila. La higuera la dábamos por perdida y han rebrotado nuevas hojas.
Y luego está el naranjo. Es muy pequeño (lo plantaron a finales de octubre, me llega por debajo del pecho) pero está preñado de capullos de azahar. Y ayer se abrió su primera flor. Diréis que es una tontería, pero me embargó una emoción especial al verla. Y no pude evitar pensar que yo también estoy floreciendo. Guardo un fruto en mi interior. El más dulce que pueda imaginar.
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