Este verano ha sido un buen verano. He podido retomar algunas amistades, consolidar algunas otras y dar por olvidadas algunas otras más. He apartado los aspectos más académicos y he desconectado de la rutina invernal. Casualmente, la gente a la que esperaba ver este verano no la he podido ver. Pensaba que en el invierno no la había visto por falta de tiempo pero parece que no era éste el único motivo.
Me da la sensación de que me he hecho un poquito más mayor. He tirado al suelo el mito de los “mejores amigos”, el mito de vivir la vida como si de un videoclip se tratara. Aquellos maravillosos años ya pasaron y ahora solo queda el recuerdo de lo creímos ser. Ahora siento que no soy, pues cambio constantemente. Por tanto, si tuviera que definirme de alguna forma, diría que “soy” cambio. Una vez, alguien a quién no me apetecía escuchar, me dijo que evitara usar el verbo ser para definirme. Es decir, que me olvidara del tópico “yo soy”… Quizás lo esté empezando a entender ahora…
Otro detalle que he observao en mi es que empiezo a no tolerar la dependencia. Hago planes con los demás pero no soporto estar pendiente de otras personas para realizar algo. En algunos aspectos personales puedo llegar a ser muy impulsiva y el hecho de que me vea “esperando” la respuesta de los demás me paraliza y me lleva a no realizar lo que pretendía o realizarlo tarde, cuando ya no tiene sentido. Trato de combinar mi intolerancia a la dependencia con un absurdo respeto hacia los demás. Con eso quiero decir que aunque tenga claro lo que quiero hacer, espero una aceptación externa. Despues de todo, hacer lo que uno quiere, no es faltar al respeto a nadie. En cambio, que alguien trate de impedir lo que uno quiere hacer sí puede considerarse una falta de respeto.
Concluyendo, este verano, a parte de haber sido un fin de semana eterno, me ha servido para darme cuenta de estas pequeñas cosas que, a veces, uno necesita recordar para situarse y volver a empezar. Llegó septiembre, se acerca la rutina invernal.