No hay suficientes conjugaciones para verbear lo de hoy. Por eso, amigo lector, encontrarás aquí una narración incompleta, confusa, quizá desorientada sobre mi aventura de hoy. Si no te interesa la introspección estás a tiempo de ponerte una buena peli.
Todo comenzó hace unas semanas con un impulso que se truncó hace unos días y que se ha vuelto a revivir ayer cuando se vino abajo la mini kedada con algún colega. Entonces supe, anoche supe lo que pasaría hoy: ir a Buenafuente del Sistal. Ir a por el silencio, ir a por el fresco, ir a por el sonido tras los muros, ir a por mi. Y allí estaba yo, allí me he encontrado. Estaba sentado en una de las escaleras que bajan del lateral de la Madre de Dios echando un pitillo, calentándome al sol, tan ricamente, sin prisa, sin nada que pensar y pensando en todo. Ir a encontrarse, ir a buscarse.
El camino de ida ha sido todo mío. El primer tramo de autovía hasta Torija y Brihuega ha pasado rápido, y el tramo hasta Masegoso ha sido inquietantemente ceniciento. Alguno de los que manejan nuestros dineros tendría que pensar en limpiar el cauce del Tajuña que, envejecido por el invierno, echa a los lados todo lo que le puede la vida. Si hubiera que grabar la nueva versión de un Mad Max alcarreño, sin duda, lo grabarían ahí.
Pasado Cifuentes cambia tanto el escenario... cambia tanto que crees que se anuncia lo que está por llegar. Y lo que está por llegar es el centro del mundo, porque hoy he salido de Buenafuente sabiendo que la tierra no es esférica sino plana, y que el centro está en este pueblo. Cuando tenga un rato haré una declaración universal sobe ello para que todo el mundo se entere.
La carretera está mucho más estropeada que la última vez que fui. Se está desmigando por los laterales y le están saliendo agujeros por todas partes. Por eso he preferido ir en segunda que en tercera. Y venga a subir, y venga a subir. Venga a subir hacia esa tierra prometida en la que no había ni un alma. Todo el monte era mío como mía era la carretera que me conducía hacia el centro del planeta, que es plano.
No he podido evitar saludarme al encontrarme. Tampoco he podido evitar recordar una película que vi hace algún tiempo. La película se llama "Come, reza, ama", en la que sale Julia Roberts como protagonista. La película se basa en un libro de una tal Elizabeth Gilbert, pero no conozco ni el libro ni sé nada de su autora. Pero sí que me sé la película. La protagonista, Liz, que toca fondo en su vida, pasa por esas tres etapas: comer (Italia), rezar (India) y amar (Bali). Interiorización, trascendencia y vida. Una especie de yo, tú, él. Un tránsito casi invisible que se percibe en momentos como el de hoy.
Y es que hay días que, para mí, salir en moto es ir hacia adentro. Hay ocasiones en las que vas con colegas, con conocidos o con desconocidos, y eso está genial. Pero hay días en los que se conjugan los verbos y los astros y sale la carambola difícil. Yo creo que el verbo tranquilear tiene un componente poco estudiado, y ese componente tiene que ver con el interior de quien tranquilea. No se trata de ir despacio -que también-. No se trata de ir solo, ni de ir acompañado. Se trata, más bien, de ir hacia dentro. Hoy he ido al centro del mundo y también he ido a mi centro. Y ahí es donde he hilado con la película.
El contrapunto ha sido a la vuelta. Al terminar de atravesar -atraversiamo- Saelices de la Sal, a sesenta por hora, una familia paseaba hacia el pueblo por mi margen derecho. De pronto, de algún lugar ignoto, ha saltado a la calzada un perro de largo pelo negro y se ha puesto a hacer cabriolas a diez metros de la Cabezota. Hoy, como el otro día, he reaccionado de manera adecuada y el perro, el maldito perro, ha tenido que apartarse. La familia se ha interesado por mí cuando he parado para recuperar la serenidad. El resto del viaje de vuelta ha sido estupendo.
Llevo toda la tarde pensando en aquella frase: Dios vive en mí, como yo. Me niego a pensar que soy solo carne y huesos. Tengo que estar hecho de algo bueno, coño.