Revista Educación

Llora...miarma

Por Soniarotger @soniarotger
Llora...miarmaAy...el llanto.
Ayer, parapetada tras mis gafas de sol, salí del cine después de haber llorado durante mas de una hora acompañada por todos los que acudieron a ver la película "Lo imposible". Creo que ninguno de los que estábamos allí pretendiamos pasar la hora de siesta entre mocos y lágrimas pero la película y la historia era tan profundamente angustiante y preciosa a la vez, que mas de uno entramos en catarsis sin quererlo ni beberlo.
Hace unos diez años yo solo lograba llorar en el cine. Arropada por la oscuridad me permitía abrir la caja de pandora y según el tema, conectaba con los aspectos de mi vida que habían quedado irresueltos emocionalmente.
Lloramos por rabia, tristeza, alegría, gratitud, emoción compartida o contagiada e incluso como moneda de cambio para conseguir compasión, o sea, las conocidas lágrimas de cocodrilo.
Esta madrugada reflexionaba sobre el llanto y llegué a la conclusión de que si alguna vez usamos este recurso tan poco respetuoso con el interlocutor, es porque tenemos un orgullo que no nos permite pedir el abrazo o el contacto o también en algunas ocasiones, porque nos cuesta reconocer que nos hemos equivocado (de manera que si lloramos, damos pena y evitamos que nos canten la caña).  Podemos sentirnos manipulados si presenciamos ese tipo de lágrimas pero si logramos controlar el malestar y las ganas de salir corriendo, quizás podamos, incluso mentalmente, transmitirle amor a esa persona para que poco a poco deje de necesitar la compasión ajena y llegue ella misma a sanarse.
Rebecca Wild en su libro "Educar para ser, vivencias de una escuela activa" explica una situación que se dió en el jardín de infancia. Un grupo de 8 niños se encerraron espontáneamente en la casita de madera del patio para, sencillamente, llorar. Una vez se aseguró de que no requerían de su presencia y atendiendo a su petición de que los dejara "llorar solos", decidió respetar su necesidad de aquel día de dejar fluir en forma de lágrimas lo que fuera que necesitara salir de aquellas pequeñas almas, que en el calor del pequeño grupo se habían sentido libres y no juzgadas para expresar dicha emoción.
Hay veces que desearía poder llorar ya que la situación lo "exige", como por ejemplo un entierro y otras veces me invade el llanto de la forma mas irracional, por ejemplo, viendo una procesión de semana santa (aunque no comparto el gasto desmesurado de las hermandades ni los piques patéticos entre seguidores de las distintas vírgenes).
Mi abuela paterna, Madò cuay, le decía a su hijo pequeño, Pedro, cuando este lloraba: "Plora més fort!!". Hay que reconocer que era muy ingeniosa, supongo que debía pensar que como los niños tienen la manía de llevar la contraria, pues quizás así paraba de llorar.
La cuestión es que nuestra sociedad lleva muy mal el permitir el llanto y por tanto verlo como un simple desahogo sano e incluso terapéutico. La autora del libro defiende el derecho de los niños a ser siempre consolados y validados cuando expresen sus emociones llorando. Aunque algunas veces nos cause rechazo, es verdad que es cuando mas nos necesitan de su lado.
Quizás estas personas a las que les cuesta mucho ver llorar a alguien y por tanto consolarle, son las que en su infancia mas vieron negado su derecho a expresarse y ahora, en la edad adulta, les resulta imposible enfrentar el llanto ajeno.
Mis amigas Monica ( la de Barcelona y la de Gerena) e Isabel trabajan conscientemente en contrarrestar esta presión social diciéndoles a sus hijos que lloren si necesitan llorar cuando ven como los niños mismos se auto-presionan a no llorar antes de entrar en clase. No llorar es portarse bien. Entiendo que un profesor con 27 niños de ninguna manera puede fomentar que los niños den rienda suelta a sus sentimientos ya que se organizaría un gran caos. Aquí el problema radica en el corto y mal entendido periodo de adaptación y a la falta de maestros en las aulas.
Y ya para terminar este batiburrillo de hoy, una condena al método Estivill que como ya expliqué en un post anterior, yo misma apliqué con mi primer hijo. Las consecuencias de dicha práctica son nefastas para los niños y ahora que hay estudios hechos no hay excusa para seguir tales métodos.
Llorar no "ensancha los pulmones" como muchas veces se les dice a las madres primerizas que siguen su instinto maternal y cogen al niño cuando llora. 
Aquí no hay culpables, hay falta de conciencia propia de una etapa de la historia que estamos viendo llegar a su fin ( poco a poco ).
Llorar cura miarma porque mi corazón, ahora si, quiere abrirse paso entre mis pulmones y al fin, ser y sentir.
Snif! 

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